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Tiempo y praxeología

[Este artículo pertenece al capítulo 5 de Acción humana. Robert Murphy ha escrito una guía de estudio para este capítulo, disponible en HTML y PDF. Este capítulo sigue a  «Un primer análisis de la categoría de la acción»].

1. Tiempo como factor praxeológico

La noción de cambio implica la noción de secuencia temporal. Un universo rígido y eternamente inmutable estaría fuera del tiempo, pero estaría muerto. Los conceptos de cambio y de tiempo están inseparablemente unidos. La acción tiene como objetivo el cambio y, por tanto, está en el orden temporal. La razón humana es incluso incapaz de concebir las ideas de existencia intemporal y de acción intemporal.

El que actúa distingue entre el tiempo anterior a la acción, el tiempo absorbido por la acción y el tiempo posterior a la finalización de la acción. No puede ser neutral con respecto al lapso de tiempo.

La lógica y las matemáticas se ocupan de un sistema ideal de pensamiento. Las relaciones e implicaciones de su sistema son coexistentes e interdependientes. Podemos decir también que son sincrónicas o que están fuera del tiempo. Una mente perfecta podría comprenderlas todas en un solo pensamiento. La incapacidad del hombre para lograr esto hace que el pensamiento mismo sea una acción, que procede paso a paso desde el estado menos satisfactorio de la cognición insuficiente hasta el estado más satisfactorio de una mejor comprensión. Pero el orden temporal en que se adquiere el conocimiento no debe confundirse con la simultaneidad lógica de todas las partes de un sistema apriorístico deductivo. Dentro de tal sistema, las nociones de anterioridad y consecuencia son sólo metafóricas. No se refieren al sistema, sino a nuestra acción de captarlo. El propio sistema no implica ni la categoría de tiempo ni la de causalidad. Hay una correspondencia funcional entre los elementos, pero no hay ni causa ni efecto.

Lo que distingue epistemológicamente al sistema praxeológico del sistema lógico es precisamente que implica las categorías tanto de tiempo como de causalidad. También el sistema praxeológico es apriorístico y deductivo. Como sistema está fuera del tiempo. Pero el cambio es uno de sus elementos. Las nociones de antes y después y de causa y efecto se encuentran entre sus componentes. La anterioridad y la consecuencia son conceptos esenciales del razonamiento praxeológico. También lo es la irreversibilidad de los acontecimientos. En el marco del sistema praxeológico, cualquier referencia a la correspondencia funcional no es menos metafórica y engañosa que la referencia a la anterioridad y la consecuencia en el marco del sistema lógico.2

2. Pasado, presente y futuro

Es la actuación la que proporciona al hombre la noción de tiempo y le hace consciente del flujo del tiempo. La idea de tiempo es una categoría praxeológica.

La acción está siempre dirigida hacia el futuro; es esencialmente y necesariamente siempre una planificación y actuación para un futuro mejor. Su objetivo es siempre hacer que las condiciones futuras sean más satisfactorias de lo que serían sin la interferencia de la acción. El malestar que impulsa a un hombre a actuar es causado por una insatisfacción con las condiciones futuras esperadas, tal como probablemente se desarrollarían si no se hiciera nada para alterarlas. En cualquier caso, la acción sólo puede influir en el futuro, nunca en el presente que con cada fracción infinitesimal de segundo se hunde en el pasado. El hombre toma conciencia del tiempo cuando planea convertir un estado presente menos satisfactorio en un estado futuro más satisfactorio.

Para la meditación contemplativa el tiempo no es más que la duración, «la durée pure, dont l’écoulement est continu, et où l’on passe, par des gradations insensibles, d’un état à l’autre: Continuité réellement vécue».2  El «ahora» del presente se desplaza continuamente hacia el pasado y sólo se conserva en la memoria. Reflexionando sobre el pasado, dicen los filósofos, el hombre toma conciencia del tiempo.3  Sin embargo, no es el recuerdo el que transmite al hombre las categorías del cambio y del tiempo, sino la voluntad de mejorar las condiciones de su vida.

El tiempo, tal y como lo medimos con diversos dispositivos mecánicos, es siempre pasado, y el tiempo, tal y como los filósofos utilizan este concepto, es siempre pasado o futuro. El presente no es, desde estos aspectos, más que una línea fronteriza ideal que separa el pasado del futuro. Pero desde el aspecto praxeológico hay entre el pasado y el futuro un presente real extendido. La acción está como tal en el presente real porque utiliza el instante y encarna así su realidad.4  La reflexión retrospectiva posterior discierne en el instante pasado en primer lugar la acción y las condiciones que ofrecía a la acción. Lo que ya no puede hacerse o consumirse porque la oportunidad para ello ha pasado, contrasta el pasado con el presente. Lo que todavía no puede hacerse o consumirse, porque las condiciones para emprenderlo o el tiempo para su maduración aún no han llegado, contrasta el futuro con el pasado. El presente ofrece a la actuación oportunidades y tareas para las que hasta ahora era demasiado pronto y para las que a partir de ahora será demasiado tarde.

El presente qua duración es la continuación de las condiciones y oportunidades dadas para actuar. Cada tipo de acción requiere unas condiciones especiales a las que debe ajustarse en función de los objetivos que se persiguen. El concepto de presente es, por tanto, diferente para los distintos campos de acción. No tiene ninguna referencia a los distintos métodos de medición del paso del tiempo por los movimientos espaciales. El presente abarca todo el tiempo transcurrido que todavía es real, es decir, que tiene importancia para la acción. El presente se contrasta, según las diversas acciones que se tengan en mente, con la Edad Media, con el siglo XIX, con el año, el mes o el día pasados, pero no menos con la hora, el minuto o el segundo que acaban de pasar. Si un hombre dice: Hoy en día ya no se adora a Zeus, tiene en mente un presente distinto al del automovilista que piensa: Ahora todavía es demasiado pronto para girar.

Como el futuro es incierto, siempre queda indeciso y vago cuánto de él podemos considerar como actual y presente. Si un hombre hubiera dicho en 1913 En la actualidad -ahora- en Europa la libertad de pensamiento es indiscutible, no habría previsto que ese presente sería muy pronto un pasado.

3. La economización del tiempo

El hombre está sujeto al paso del tiempo. Nace, crece, envejece y muere. Su tiempo es escaso. Debe economizarlo como economiza otros factores escasos.

La economización del tiempo tiene un carácter peculiar debido a la unicidad e irreversibilidad del orden temporal. La importancia de estos hechos se manifiesta en cada parte de la teoría de la acción.

En este punto sólo hay que destacar un hecho. La economización del tiempo es independiente de la economización de los bienes y servicios económicos. Incluso en el país de Cockaigne el hombre se vería obligado a economizar el tiempo, siempre que no fuera inmortal y no estuviera dotado de una juventud eterna y de una salud y un vigor indestructibles. Aunque todos sus apetitos pudieran satisfacerse inmediatamente sin ningún gasto de trabajo, tendría que organizar su horario, ya que hay estados de satisfacción que son incompatibles y no pueden consumarse al mismo tiempo. Para este hombre, además, el tiempo sería escaso y estaría sujeto al aspecto de antes y después.

4. La relación temporal entre las acciones

Dos acciones de un individuo nunca son sincrónicas; su relación temporal es la de antes y después. Las acciones de varios individuos sólo pueden considerarse sincrónicas a la luz de los métodos físicos de medición del tiempo. El sincronismo es una noción praxeológica sólo con respecto a los esfuerzos concertados de varios hombres que actúan.5

Las acciones individuales de un hombre se suceden unas a otras. Nunca pueden realizarse en el mismo instante; sólo pueden sucederse en una sucesión más o menos rápida. Hay acciones que sirven para varios propósitos de un solo golpe. Sería engañoso referirse a ellas como una coincidencia de varias acciones.

A menudo, la gente no ha reconocido el significado del término «escala de valor» y ha ignorado los obstáculos que impiden suponer el sincronismo en las diversas acciones de un individuo. Han interpretado los diversos actos de un hombre como el resultado de una escala de valor, independiente de estos actos y anterior a ellos, y de un plan previamente concebido a cuya realización aspiran. La escala de valor y el plan, a los que se atribuyó duración e inmutabilidad durante un determinado período de tiempo, fueron hipostasiados en la causa y el motivo de las diversas acciones individuales. El sincronismo que no se podía afirmar con respecto a los diversos actos se descubría entonces fácilmente en la escala de valor y en el plan. Pero esto pasa por alto el hecho de que la escala de valor no es más que un instrumento de pensamiento construido. La escala de valor sólo se manifiesta en el actuar real; sólo se puede discernir a partir de la observación del actuar real. Por lo tanto, es inadmisible contrastarla con la actuación real y utilizarla como vara de medir para la valoración de las acciones reales.

No es menos inadmisible diferenciar entre la actuación racional y la supuestamente irracional sobre la base de una comparación de la actuación real con los proyectos y planes anteriores para las acciones futuras. Puede ser muy interesante que ayer se fijaran objetivos para la actuación de hoy distintos de los que realmente se pretenden hoy. Pero los planes de ayer no nos proporcionan una norma más objetiva y no arbitraria para la valoración de la actuación real de hoy que otras ideas y normas.

Se ha intentado alcanzar la noción de una acción no racional mediante este razonamiento: Si se prefiere a a b y b a c, lógicamente se debe preferir a a c. Pero si realmente se prefiere c a a, estamos ante un modo de actuar al que no podemos atribuir coherencia y racionalidad.6  Este razonamiento ignora el hecho de que dos actos de un individuo nunca pueden ser sincrónicos. Si en una acción se prefiere a a b y en otra acción b a c, no es admisible, por corto que sea el intervalo entre ambas acciones, construir una escala de valor uniforme en la que a preceda a b y b a c. Tampoco es admisible considerar una tercera acción posterior como coincidente con las dos acciones anteriores. Lo único que demuestra el ejemplo es que los juicios de valor no son inmutables y que, por tanto, una escala de valor abstraída de varias acciones de un individuo, necesariamente no sincrónicas, puede ser autocontradictoria.7

No hay que confundir el concepto lógico de coherencia (es decir, la ausencia de contradicción) y el concepto praxeológico de coherencia (es decir, la constancia o el apego a los mismos principios). La coherencia lógica sólo tiene cabida en el pensamiento, la constancia sólo tiene cabida en la acción.

La constancia y la racionalidad son nociones totalmente diferentes. Si las valoraciones de uno han cambiado, la fidelidad incesante a los principios de acción que una vez se abrazaron por mera constancia no sería racional, sino simplemente obstinada. Sólo en un aspecto puede ser constante la actuación: en preferir lo más valioso a lo menos valioso. Si las valoraciones cambian, la actuación debe cambiar también. La fidelidad, bajo condiciones cambiantes, a un plan antiguo no tendría sentido. Un sistema lógico debe ser consistente y libre de contradicciones porque implica la coexistencia de todas sus partes y teoremas. En el actuar, que es necesariamente en el orden temporal, no puede haber ninguna cuestión de tal consistencia. El actuar debe adecuarse a la finalidad, y la finalidad requiere ajustarse a las condiciones cambiantes.

La presencia de ánimo se considera una virtud en el hombre que actúa. Un hombre tiene presencia de ánimo si tiene la capacidad de pensar y ajustar su actuación con tanta rapidez que el intervalo entre la aparición de nuevas condiciones y la adaptación de sus acciones a ellas sea lo más breve posible. Si la constancia se considera como la fidelidad a un plan una vez diseñado sin tener en cuenta los cambios en las condiciones, entonces la presencia de ánimo y la reacción rápida son lo más opuesto a la constancia.

Cuando el especulador va a la bolsa, puede trazar un plan definido para sus operaciones. Tanto si se aferra a este plan como si no, sus acciones son racionales también en el sentido que atribuyen al término «racional» aquellos que se afanan en distinguir el actuar racional del irracional. Este especulador en el transcurso del día puede embarcarse en operaciones que un observador, sin tener en cuenta los cambios que se producen en las condiciones del mercado, no podrá interpretar como el resultado de un comportamiento constante. Pero el especulador es firme en su intención de obtener beneficios y evitar pérdidas. En consecuencia, debe ajustar su conducta al cambio de las condiciones del mercado y a su propio juicio sobre la evolución futura de los precios.8

Por más vueltas que se le dé a las cosas, nunca se logrará formular la noción de acción «irracional» cuya «irracionalidad» no se fundamente en un juicio de valor arbitrario. Supongamos que alguien ha elegido actuar de forma inconstante sin otro propósito que el de refutar la afirmación praxeológica de que no hay acción irracional. Lo que ocurre aquí es que un hombre tiene un objetivo peculiar, a saber, la refutación de un teorema praxeológico, y que, en consecuencia, actúa de forma diferente a como lo habría hecho en caso contrario. Ha elegido un medio inadecuado para la refutación de la praxeología, eso es todo.

  • 2a2bEn un tratado de economía no es necesario entrar a discutir los esfuerzos por construir la mecánica como un sistema axiomático en el que el concepto de función se sustituye por el de causa y efecto. Más adelante se demostrará que la mecánica axiomática no puede servir de modelo para el tratamiento del sistema económico. Cf. infra, pp. 353-357.
  • 3Edmund Husserl, «Vorlesungen zur Phänomenologie des inneren Zeitbewusstseins», Jahrbuch für Philosophie und Phänomenologische Forschung, IX (1928), 391 y siguientes; A. Schütz, loc cit. , pp. 45 y ss.
  • 4«Ce que j’appelle mon présent, c’est mon attitude vis-à-vis de l’avenir immédiat, c’est mon action imminente». Bergson, op. cit. , p. 152.
  • 5Para evitar cualquier posible malentendido, es conveniente subrayar que este teorema no tiene nada que ver con el teorema de Einstein sobre la relación temporal de los acontecimientos espacialmente distantes.
  • 6Cf. Felix Kaufmann, «On the Subject-Matter of Economic Science», Economica, XIII, 390.
  • 7Cf. P.H. Wicksteed, The Common Sense of Political Economy, ed. Robbins (Londres, 1933), I, 32ss. Robbins (Londres, 1933), I, 32 y ss.; L. Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science (2da ed. Londres, 1935), pp. 91 y ss.
  • 8Por supuesto, los planes también pueden ser contradictorios. A veces sus contradicciones pueden ser el efecto de un juicio equivocado. Pero a veces tales contradicciones pueden ser intencionadas y servir a un propósito definido. Si, por ejemplo, un programa publicitado de un gobierno o de un partido político promete precios altos a los productores y, al mismo tiempo, precios bajos a los consumidores, el propósito de esa defensa de objetivos incompatibles puede ser demagógico. Entonces el programa, el plan publicitado, es autocontradictorio; pero el plan de sus autores, que querían alcanzar un fin definido mediante la adhesión a objetivos incompatibles y su anuncio público, está libre de toda contradicción.
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