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Ambientalismo y el terreno bajo inmoral

El mes pasado, la Agencia de Protección del Ambiente del gobierno de Biden propuso una nueva normativa para las centrales eléctricas que limitaría drásticamente la cantidad de dióxido de carbono emitido al producir electricidad. Esto viene de la misma administración que presiona para electrificar todas las partes de la vida cotidiana, desde conducir hasta cocinar. Por si no bastara con saturar la red eléctrica con una demanda artificial, ahora el gobierno federal también ha puesto la mira en los proveedores de electricidad.

Políticas tan absurdas como ésta sólo son posibles porque la ideología en la que se basan, el ambientalismo, ha disfrutado durante mucho tiempo de una posición de superioridad moral casi indiscutible. Esto tiene que cambiar. El ambientalismo se presenta como una filosofía que aboga por la benevolencia hacia la naturaleza y la prudencia con los recursos. Pero en realidad es una ideología antihumana capaz de justificar atrocidades.

El ambientalismo se basa en la valoración de la naturaleza intacta y no humana como el bien supremo. Por supuesto, hay ambientalistas radicales y moderados, pero todos los partidarios suscriben esta valoración moral fundamental. Sólo difieren en su grado de coherencia.

Quizá el biólogo David Graber, del Servicio de Parques Nacionales, resumió mejor esta visión moral en su reseña de 1989 del libro de Bill McKibben El fin de la naturaleza. El Dr. Graber concluye su reseña con estos tres inquietantes párrafos:

Eso hace que lo que está ocurriendo no sea menos trágico para quienes valoramos la naturaleza salvaje por sí misma, no por el valor que confiere a la humanidad. . . . McKibben es un biocentrista, y yo también. No nos interesa la utilidad de una especie concreta, o de un río caudaloso, o de un ecosistema, para la humanidad. Tienen valor intrínseco, más valor —para mí— que otro cuerpo humano, o mil millones de ellos.

La felicidad humana, y desde luego la fecundidad humana, no son tan importantes como un planeta salvaje y sano. Conozco a científicos sociales que me recuerdan que las personas formamos parte de la naturaleza, pero no es cierto. En algún momento —hace unos mil millones de años, quizá la mitad— renunciamos al contrato y nos convertimos en un cáncer. Nos hemos convertido en una plaga para nosotros mismos y para la Tierra.

Es cósmicamente improbable que el mundo desarrollado decida poner fin a su orgía de consumo de energía fósil, y el Tercer Mundo a su consumo suicida de paisaje. Hasta que el Homo sapiens decida reintegrarse en la naturaleza, algunos sólo podemos esperar que aparezca el virus adecuado.

Como era de esperar, esta última frase se ha vuelto a plantear en los últimos años. Desde este punto de vista, si algo malo tenía el covid-19 es que no era lo bastante mortal, especialmente para los jóvenes que aún no han tenido hijos. Ese punto de vista es perverso.

Esta idea de que la humanidad es un cáncer puede encontrarse en los escritos y argumentos de otros ambientalistas, aunque la mayoría son menos explícitos. Sin embargo, ese marco moral fundamental sigue ahí. Los seres humanos son vistos como algo separado de la naturaleza: una fuerza exterior que diluye y corrompe la naturaleza con hormigón, plástico y dióxido de carbono. Si un planeta virgen y salvaje se considera el bien supremo, entonces cualquier desarrollo humano para hacer el ambiente más habitable para los seres humanos debe considerarse el mal moral. La salida de la pobreza extrema que ha traído consigo la industrialización no debe considerarse un milagro, sino una tragedia.

Esta idea no se suele expresar abiertamente como lo ha hecho el Dr. Graber, pero el sentimiento se puede encontrar en la aversión generalizada a los materiales artificiales, el disgusto por la expansión urbana y el objetivo de reducir la huella de carbono. Estamos tan acostumbrados a oír que las huellas de carbono bajas son buenas, pero pensemos un poco: Los ambientalistas admiten que una de las peores cosas que se pueden hacer para reducir la huella de carbono es tener hijos. Y es cierto. Y en el otro extremo, del que se habla menos, las personas que mejor redujeron su huella de carbono fueron los mayores asesinos en masa de la historia. Esta es una métrica de éxito descaradamente antihumana y un pretexto obvio para futuras atrocidades.

Dicho esto, los ideólogos responsables de desarrollar y defender este marco moral son sólo una parte del movimiento más amplio que ha impulsado el ambientalismo a la vanguardia de la política de los EEUU. Esta coalición verde tiene muchos miembros:

  • Políticos que quieren ganar elecciones y asegurarse un lugar en la historia
  • Burócratas que quieren un mayor control sobre más personas y recursos
  • Líderes mediáticos a los que les gustan las historias que dan miedo
  • Académicos que quieren relevancia, financiación y poder
  • Compañías energéticas que se preocupan por su marca y que quieren maniobrar para beneficiarse de los cambios políticos.
  • Activistas que quieren sentir que salvan el mundo
  • Élites directivas que creen literalmente que pueden y deben gobernar el mundo
  • Personas corrientes que han aceptado activa o pasivamente la narrativa ambientalista

Desde que existen, los gobiernos se han aferrado a ideologías que justifican la obtención de más poder. La teoría del ejecutivo unitario no intrigó a la administración de George W. Bush por sus agudos argumentos, sino porque les prometía más poder. Lo mismo puede decirse de la economía keynesiana y ahora del ambientalismo.

En las últimas décadas, esta coalición ha emprendido una campaña dirigida principalmente a los jóvenes para aterrorizar a la población y obligarla a ceder el control casi total de la economía para evitar un ecoapocalipsis provocado por el cambio climático. El argumento para ello se presenta como un simple punto de ciencia asentada, pero se basa en nueve premisas únicas:

  1. El clima no es estático, está cambiando.
  2. El clima se está calentando.
  3. Este calentamiento tendrá consecuencias terribles.
  4. Estas terribles consecuencias no pueden superarse.
  5. El ser humano es responsable del calentamiento.
  6. El ser humano puede ralentizar o invertir el calentamiento.
  7. Casi todos los seres humanos son incapaces de tomar las decisiones necesarias para frenar o invertir el calentamiento.
  8. Un subconjunto de seres humanos es lo suficientemente inteligente como para comprender las opciones necesarias para frenar o invertir el calentamiento.
  9. Este subconjunto de seres humanos puede y debe utilizar la fuerza del gobierno para obligar al resto de los seres humanos a realizar todos los cambios necesarios en su estilo de vida para frenar o invertir el calentamiento.

Esto se presenta no como una serie de afirmaciones positivas a tener en cuenta, sino como una única verdad absoluta que debe aceptarse en su totalidad. Y la coalición ha trabajado duro para crear un alto coste social para cualquier nivel de desacuerdo. Además, el «cambio de estilo de vida» que se requiere es la desindustrialización del mundo desarrollado mezclada con el freno a la industrialización del Tercer Mundo.

Aunque muchos en el mundo desarrollado se han mostrado hasta ahora dispuestos a que sus gobiernos les empobrezcan, el Tercer Mundo necesitará la mano dura de un gobierno militarizado para impedir que se industrialicen. Negar a miles de millones de personas los medios para salir de la pobreza encontrará resistencia. Y vender la ficción de que se puede hacer con energía solar y eólica no puede eludir el feo problema que está en el centro de las iniciativas mundiales sobre el clima.

Existe la idea errónea de que la próxima gran manía ideológica maligna que barrerá nuestro mundo será fácilmente identificable como un movimiento siniestro desde el principio. Pero eso no es cierto. El próximo gran mal se desarrollará como todos los anteriores. A muchos les sonará bien. Será popular. Y habrá presión social para unirse a él. Pero bajo el lenguaje conmovedor subyacerá un rechazo de la humanidad, ya sea de un subconjunto o de toda la especie. Ese rechazo planta la semilla de futuras atrocidades.

El ambientalismo tiene todos los rasgos de una ideología de este tipo. No merece ostentar el terreno alto moral. Un ambiente sano, limpio y próspero para los seres humanos es lo que nuestra especie ha estado construyendo durante miles de años. No caigas en los trucos de quienes quieren detener o invertir ese progreso, y nunca apoyes un movimiento que piensa que el mundo sería mejor sin ti en él.

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