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El G7 en Hiroshima: el último intento de imponer un mundo unipolar

La última cumbre del Grupo de los Siete (G7) que tuvo lugar del 19 al 21 de mayo de 2023 en Hiroshima merece atención porque expone el último intento occidental de imponer su visión unipolar del mundo. Pero primero, un poco de antecedentes sobre el G7.

El G7 es el grupo de siete naciones (EEUU, Japón, Francia, Alemania, Italia, Canadá y el Reino Unido) que en los años 70 integraba a los principales países industrializados del mundo capitalista. Pero debido al enriquecimiento de gran parte de la población mundial y al estancamiento económico de muchas naciones occidentales, la situación ha cambiado radicalmente. La participación del G7 en el producto interior bruto mundial ha pasado del 70 por ciento a sólo el 27 por ciento, contribuyendo apenas al 15 por ciento del crecimiento global en 2012-21. Además, ahora solo representan el 10% de la población mundial.

En comparación, las cinco naciones «BRICS» (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) aportan ahora casi el 31,5% del producto interior bruto mundial y representan una parte significativa del crecimiento global, así como el 42% de la población mundial.

Además, estas diferencias entre el G7 y los BRICS no harán sino acentuarse. La mayoría de los miembros del G7 se tambalean al borde de la recesión económica, autoinfligida por años de política monetaria irresponsable e inflación de precios (resultado de unos tipos de interés artificialmente bajos y un aumento voluntario de los precios de la energía).

Así pues, las naciones del G7 ya no se reúnen, en realidad, como grandes potencias industriales, sino más bien como aliados ideológicos y geoestratégicos. Esto se hace evidente a la vista de la agenda de la cumbre de Hiroshima, destinada a dar al resto del mundo la posición occidental a adoptar en prácticamente todos los temas, desde la seguridad hasta el cambio climático.

El G7 contra Rusia

En cuanto al conflicto ucraniano, el G7 fue una oportunidad para que el presidente Joe Biden anunciara el entrenamiento de pilotos ucranianos para pilotar F-16, aunque probablemente este entrenamiento ya haya comenzado. Este anuncio no es sólo un ejercicio de comunicación política para confirmar el apoyo continuado de EEUU, sino también una preocupante escalada occidental del conflicto, que cada vez se parece más a una guerra por poderes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte contra Rusia.

Lo preocupante no es la probable entrega de F-16 en sí, porque unas docenas de viejos cazas no tendrán ningún impacto en el conflicto, como han confirmado tanto el Pentágono como el Kremlin. Lo preocupante de esta decisión es la determinación de los líderes del G7 de seguir apoyando este conflicto, rechazando las negociaciones. Esta actitud refleja un objetivo geopolítico de larga data, así como una obsesión ideológica por debilitar a Rusia, en palabras del Secretario de Defensa Lloyd Austin. El coste de esta política insensata lo está pagando el pueblo ucraniano con su pérdida de vidas y la destrucción de su país, así como todos los occidentales en forma de declive a largo plazo.

Ante el cariz que está tomando la guerra en Ucrania, con el ejército ucraniano cada vez más en apuros como confirma su reciente derrota en la ciudad de Bajmut, los líderes occidentales tratan de presionar a China, insistente pero vanamente, para que utilice su influencia ante Moscú y evite que el conflicto acabe en debacle para Occidente.

El G7 contra China

En Hiroshima, el G7 también hizo lo que el Financial Times llamó «la condena más enérgica de China hasta la fecha». De hecho, aunque redactados en un lenguaje relativamente diplomático, los artículos cincuenta y uno y cincuenta y dos del Comunicado de los Líderes del G7 de Hiroshima criticaban la posición de China en prácticamente todos los ámbitos: jurídico, militar, político, diplomático y económico.

El G7 consideró inaceptable este último punto: «Intentaremos abordar los retos que plantean las políticas y prácticas no comerciales de China, que distorsionan la economía mundial». Esta frase debió de molestar especialmente a Pekín, ya que tales políticas y prácticas de los EEUU y la Unión Europea son abundantes y bien conocidas, como se encargó de señalar el Ministerio de Asuntos Exteriores chino. El hecho de que el G7 critique la «coerción económica» de China es sin duda un caso de ida de olla, ya que éste es precisamente el modus operandi de estas naciones, como demuestran las masivas sanciones occidentales que ahora distorsionan gran parte de la economía mundial en detrimento de todos sus ciudadanos.

Uno de los objetivos de la cumbre del G7 era precisamente adoptar una crítica «unida» contra China para servir a los desproporcionados intereses geoestratégicos de América. Está claro que Washington quiere aferrarse un poco más al sueño de la hegemonía mundial haciendo que todo el mundo se adhiera a su «orden internacional basado en normas», normas que, como es lógico, se mantienen vagas e indefinidas.

Por supuesto, la reacción china a estas fuertes críticas fue más firme de lo habitual. «A pesar de las serias preocupaciones de China, el G7 utilizó cuestiones relativas a China para desprestigiarla y atacarla e interferir descaradamente en sus asuntos internos. China lo deplora enérgicamente y se opone firmemente, y ha hecho serias gestiones ante Japón, anfitrión de la cumbre, y otras partes implicadas», declaró el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino.

El G7 contra la libertad

De hecho, estas firmes «recomendaciones» del G7 se quedarán en meras ilusiones. Esta cumbre del G7 ha confirmado hasta qué punto los líderes occidentales han abandonado los principios de libertad y Estado de derecho que les llevaron a obtener el estatus de «potencias económicas avanzadas» del G7 en primer lugar. Antes de proseguir penosamente las negociaciones hacia un mayor libre comercio, debe respetarse el principio de no intervención en los asuntos de otras naciones, independientemente de sus sistemas políticos e institucionales, tal y como establece la Carta de las Naciones Unidas.

En otras palabras, existe una diferencia crucial entre dos conceptos opuestos. Por un lado, está la globalización política —otro nombre para el fascismo global en un mundo unipolar— basada en la gobernanza por instituciones controladas por las élites occidentales. Por otro lado, está la globalización económica, que no es más que libre comercio internacional.

Las naciones BRICS, lideradas ideológicamente por Rusia y China, son atractivas para el resto del mundo porque quieren implantar una globalización económica multipolar y abandonar la globalización política impulsada por el G7. De hecho, resulta irónico que no sea el G7 sino China quien afirme: «La globalización económica es la condición previa realista para la paz mundial». Ludwig von Mises no podría haberlo dicho mejor.

La división ideológica entre Occidente y el resto del mundo se hace patente aquí, pero hay indicios de que algunos en Occidente empiezan por fin a ver la luz. Martin Wolf, del Financial Times, escribe: «Tanto el momento ‘unipolar’ de los EEUU como el dominio económico del G7 son historia». Y con respecto a los BRICS, explica acertadamente: «Lo que une a sus miembros es el deseo de no depender de los caprichos de los EEUU y sus aliados cercanos, que han dominado el mundo durante los dos últimos siglos».

Cuando incluso este editor asociado y comentarista económico jefe del Financial Times, el periódico de las élites financieras globalistas anglosajonas, empieza a enviar tales señales, probablemente significa que ahora se entiende como necesaria una adaptación a la nueva realidad emergente, aunque sólo sea para proteger el capital occidental.

Como ya se propuso a través del Instituto Mises, los libertarios deberían apoyar el mundo multipolar frente al mundo unipolar. Sin embargo, rechazar el imperialismo económico y jurídico de los EEUU no significa, por supuesto, apoyar el sistema político chino. Por el contrario, los libertarios ven que las prácticas iliberales ya existentes en China han sido, o están a punto de ser, implementadas en Occidente, como los confinamientos obligatorios, el control de las redes sociales por parte de las agencias de inteligencia, la introducción de un pase digital universal y el uso de tecnologías de reconocimiento facial por parte de las autoridades.

Si hay una lección de la cumbre del G7 en Hiroshima es la siguiente: mientras las naciones del G7 sigan queriendo imponer su nefasta agenda de globalismo político, aumentará el aislamiento de estas naciones y el antagonismo del resto del mundo hacia ellas.

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