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¿Es una guerra justa o una matanza injustificada de inocentes?

El sábado el mundo se vio sacudido por el estallido  de la  guerra en el sur de Israel cuando combatientes de Hamás salieron de Gaza, tomando rehenes y matando a civiles israelíes. El líder político de Hamás dice que los ataques fueron en respuesta al trato israelí a los palestinos en la mezquita de Al Aqsa la semana pasada. Pero otros  informes indican que el atentado se planeó durante semanas con la ayuda del gobierno iraní y pretendía conmemorar el quincuagésimo aniversario de la Guerra del Yom Kippur.

Más de novecientos israelíes y catorce ciudadanos americanos están confirmados muertos en el momento de escribir estas líneas. Asistentes a un festival de música y miembros de una pequeña comunidad agrícola fueron masacrados. Más de un centenar de israelíes y algunos americanos fueron cautivos y llevados de vuelta a Gaza.

En respuesta, Israel formalmente declaró la guerra y ordenó la mayor llamada a filas de reservistas de la historia del país. El lunes, el ministro de defensa israelí anunció un «asedio total» a Gaza. «No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuaremos en consecuencia».

La fuerza aérea israelí comenzó a disparar contra objetivos dentro de Gaza poco después del ataque. Hasta el martes, los ataques habían matado a más de ochocientas  personas incluyendo docenas de niños. Una familia perdió a  trece  miembros, cuatro de los cuales eran niños de corta edad. El lunes, un portavoz de Hamás amenazó con difundir la ejecución de un rehén israelí por cada ataque no anunciado, diciendo: «El enemigo no entiende el lenguaje de la humanidad y la moral, así que nos dirigiremos a él en el idioma que conoce».

La cobertura de la guerra suele ser intensa y emotiva, sobre todo cuando los acontecimientos son recientes. Esto se debe, por supuesto, a que la reacción humana saludable es horrorizarse y enfurecerse ante los informes y las imágenes de personas masacradas, capturadas u obligadas a huir para salvar sus vidas.

La guerra no es un tema trivial. Es violencia a la escala más amplia. En el mejor de los casos, las guerras pueden acabar con las peores tiranías y liberar a los oprimidos. Pero también pueden provocar las peores atrocidades.

Por eso es tan importante tener una comprensión firme y precisa de cuándo está justificada la violencia. La historia demuestra que, sin esto, es demasiado fácil que nuestras reacciones y emociones humanas sanas se canalicen en apoyo de nuevos crímenes, atrapándonos en ciclos de venganza indiscriminada.

El mejor esbozo de cuándo está justificada la violencia en el contexto de la guerra es el ensayo de Murray Rothbard de 1963 «La guerra, la paz y el Estado». En él, Rothbard muestra que la diferencia entre la guerra y todas las demás cuestiones de crimen y castigo es simplemente una cuestión de escala. Por lo tanto, la prohibición general de invadir las personas o los bienes de inocentes sigue vigente y debe considerarse absoluta.

Todo el mundo tiene derecho a resistir o repeler cualquier invasión de su persona o propiedad; a exigir una restitución o un castigo en respuesta a una invasión; o a ayudar a otra persona a hacer lo mismo. Sin embargo, como expone Rothbard, uno de los conceptos más importantes que a menudo se pierde u olvida en la niebla de la guerra es que la violencia sólo puede utilizarse para resistir o castigar al agresor. Cualquier violencia cometida contra un tercero inocente en respuesta a un crimen es en sí misma un nuevo crimen:

Si Jones descubre que Smith está robando su propiedad, tiene derecho a repelerle e intentar atraparle; pero no tiene derecho a repelerle bombardeando un edificio y asesinando a personas inocentes ni a atraparle disparando con ametralladoras a una multitud inocente. Si lo hace, es tanto (o más) agresor criminal que Smith.

El hecho de que las guerras se libren a menudo entre grupos no cambia el hecho de que atacar a personas inocentes es un crimen. Pero aunque a uno no le importen los derechos de las personas que se encuentran cerca del enemigo, atacarlas es una mala estrategia.

Matar a los amigos y a la familia de alguien le motiva a contraatacar, no a darse la vuelta y bajar las armas. Eso puede verse en las reacciones de Occidente a la matanza de civiles israelíes por parte de soldados de Hamás. Quieren sangre. Quizá la gente del otro bando también piense así.

Ese trágico ciclo de atentados indiscriminados, sed de sangre indiscriminada y más atentados indiscriminados definió la guerra de América contra el terror. Como Scott Horton esboza en la introducción de su libro Enough Already, Osama bin Laden y sus doscientos seguidores planearon los atentados del 11-S para atraer a los Estados Unidos a Afganistán en un intento de reproducir la guerra de desgaste afgana de los años ochenta contra la Unión Soviética, que contribuyó a la caída de la URSS. En palabras de Horton:

La misión de Al Qaeda se cumplió cuando América atacó Afganistán en 2001. Pero, si la invasión de los EEUU a Irak en 2003 fue el «esperado, pero inesperado regalo a Bin Laden», en palabras del ex jefe de la unidad de Al Qaeda de la Agencia Central de Inteligencia, el resto de la política americana desde entonces debe parecer que les tocó la lotería. Los regímenes de Egipto y Arabia Saudí siguen en pie, pero las guerras de América en Irak, Somalia, Yemen, Libia, y especialmente la guerra encubierta contra el gobierno sirio de 2011 a 2017, han contribuido a extender el radicalismo político y religioso bin ladenista y el conflicto violento por toda la región y en el norte y oeste de África. Los grupos que declaran lealtad a Al Qaeda o a su grupo escindido iraquí ISIS se cuentan ahora por decenas de miles.

En otras palabras, incluso si aceptáramos que las vidas de árabes, persas y pastunes no tienen ningún valor —que no hay nada inmoral en matar a sus hijos—, la respuesta indiscriminada de los EEUU al 9/11 sólo sirvió para hacer avanzar la causa del enemigo y aumentar exponencialmente su número.

Pero los derechos de los inocentes sí importan. Quienes atacaron y secuestraron a civiles inocentes merecen ser llevados ante la justicia. Y quienes los mataron merecen morir. Pero los que no lo hicieron, no. Que sea difícil capturar o matar sólo al enemigo no es excusa para matar a inocentes.

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