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¿Funcionan realmente los boicots? Otra mirada a la situación de Bud Light

Durante las últimas diez semanas, los conservadores americanos han estado boicoteando Bud Light en respuesta a una lata de cerveza en la que aparecía la figura transgénero Dylan Mulvaney. Desde entonces, las ventas de la cerveza han caído en picado. Sin embargo, esta semana se ha superado un nuevo hito: Bud Light, de Anheuser-Busch InBev, ya no es la cerveza más vendida en los Estados Unidos. En su lugar, ha sido superada por Modelo, como muestra el siguiente gráfico del Wall Street Journal:

Gráfico 1: Porcentaje de ventas de cerveza en los comercios de EEUU

 

Fuente: Wall Street Journal.

Sin embargo, el hecho de que Modelo ocupe el primer puesto ha suscitado un debate en sí mismo, ya que algunas figuras conservadoras han denunciado que Modelo sigue siendo en gran parte propiedad de Anheuser-Busch. En América, la compañía fue disuelta por una ley antimonopolio; sin embargo, fuera de América del Norte, Modelo sigue siendo propiedad de Anheuser-Busch. Como tal, el boicot no funciona realmente. En respuesta a esto, otras figuras de la derecha han adoptado la firme postura de que esta queja es cínica y que «Bud Light está sufriendo pérdidas masivas y sostenidas».

Esto plantea la cuestión económica de si basta con boicotear una parte de una compañía o si hay que boicotear toda la compañía. Esta respuesta tiene dos partes principales. La primera parte se refiere al concepto de cálculo económico, que Ludwig von Mises describe diciendo:

La preeminencia del sistema capitalista consiste en que es el único sistema de cooperación social y de división del trabajo que permite aplicar un método de cálculo para planificar nuevos proyectos y evaluar la utilidad del funcionamiento de las fábricas, granjas y talleres que ya están en funcionamiento.

Mises aborda además el hecho de que son innumerables las decisiones que los negocios deben tomar a diario. ¿Qué factores de producción utilizar? ¿Dónde debe ubicarse el negocio? ¿Qué empleados especializados deben tener? ¿Qué tecnología necesitan? ¿Qué procedimientos utilizar? ¿Qué inversiones deben realizarse? A través de todas estas preguntas, Mises llega a una respuesta: el cálculo económico. Los negocios toman sus decisiones basándose en los lucros y las pérdidas, como Mises afirma más adelante: «El lucro es la recompensa por el mejor cumplimiento de unos deberes voluntariamente asumidos. Es el instrumento que hace supremas a las masas. El hombre común es el cliente para el que trabajan los capitanes de la industria y todos sus ayudantes.»

Mises explica incluso que, aunque no siempre lo parezca, el cálculo económico se aplica incluso a los grandes negocios. Deben vender lo que es rentable y abandonar lo que no lo es. Para algunos, puede parecer una tontería decir que algo debe o no debe ser rentable por un anuncio. Sin embargo, si el anuncio de Bud Light hubiera tenido éxito y las ventas se hubieran disparado, nadie estaría diciendo que el anuncio no afectó realmente al producto; la compañía estaría presumiendo de su marketing.

Al fin y al cabo, el valor es subjetivo. A la hora de tomar decisiones sobre pérdidas y ganancias, los negocios deben reconocer los valores subjetivos de los consumidores, que se han pronunciado claramente sobre sus preferencias. Como explicó Mises en relación con el cálculo económico, las decisiones de pérdidas y ganancias y los precios de mercado determinan todo, desde la ubicación general de la fábrica hasta el empleado concreto que se contrata. Por ello, boicotear un producto concreto de una compañía concreta sigue forzando a los negocios a reconocer en sus cálculos lo que quieren los consumidores.

La otra cara de la moneda es observar la reductio ad absurdum del concepto de que hay que boicotear todos los productos de Anheuser-Busch para enviar adecuadamente un mensaje. A esto, uno podría preguntarse fácilmente: «¿Por qué detenerse ahí?». Los que pertenecemos a la escuela austriaca sabemos que los valores de los consumidores no se imputan únicamente al precio de la cerveza, sino que se remontan hasta los factores de producción originales. Como ha explicado Murray Rothbard:

Los bienes de los productores se valoran en función de su contribución prevista a la producción de bienes de los consumidores. Los bienes de productores de orden superior se valoran en función de su servicio previsto en la formación de bienes de productores de orden inferior. Por lo tanto, los bienes de consumo que sirven para alcanzar fines más valorados se valorarán más que los que sirven a fines menos valorados, y los bienes de producción que sirven para producir bienes de consumo más valorados se valorarán más que otros bienes de producción. Así pues, el proceso de atribución de valores a los bienes tiene lugar en sentido inverso al del proceso de producción.

Se podría afirmar que al comprar cerveza de cualquier tipo, el consumidor mantiene los factores de producción orientados hacia la cerveza. Si realmente se quisiera perjudicar a Anheuser-Busch, el consumidor podría boicotear la cerveza en su totalidad. El resultado sería que los factores de producción huirían a otros mercados. Así, Anheuser-Busch no tendría ingredientes para su cerveza porque el trigo se utilizaría en su lugar para el bien de mayor valor, el pan.

Por supuesto, cualquier lector leería esto y pensaría que es ridículo boicotear todo el producto en general, incluso de otras compañías. Los boicots pueden tener éxito con mucho menos que eso. Boicotear un solo producto de una compañía como Anheuser-Busch —especialmente su antiguo producto más vendido— puede influir drásticamente en su toma de decisiones en cuanto a lucros y pérdidas y puede marcar una enorme diferencia.

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