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Ilusión y prerrogativas fiscales

Como han puesto de manifiesto el discurso sobre el Estado de la Unión y los pronunciamientos posteriores, la política americana se halla firmemente presa de la ilusión fiscal.

Un ejemplo es la jactancia del presidente Biden de que «en los dos últimos años, mi administración ha recortado el déficit en más de 1,7 billones de dólares, la mayor reducción del déficit de la historia de América», lo que implicaba que, al evaluar su política fiscal, sólo debíamos fijarnos en un efecto a corto plazo que poco o nada tenía que ver con las políticas que adoptó.

Sin embargo, no mencionó que la CBO estima que el déficit federal medio anual durante la próxima década será de 1,6 billones de dólares (con las políticas actuales, sin incluir las ampliaciones que aún no se han promulgado), lo que implica que sus políticas actuales siguen estafando masivamente a las generaciones futuras.

Entender estas cuestiones en términos de ilusión fiscal fue una de las principales aportaciones del Premio Nobel de Economía James Buchanan, fallecido hace poco más de una década. Como describió la cuestión Romina Boccia:

La ilusión fiscal surge cuando los verdaderos costes de las políticas públicas quedan oscurecidos u ocultos a la vista, lo que lleva a los individuos a subestimar el impacto de las políticas. Los programas gubernamentales parecen menos costosos para los contribuyentes de lo que son porque la generación actual soporta sólo una parte de la carga. La financiación del déficit transfiere parte de la carga a la generación futura en forma de obligaciones de deuda pública. Esta ilusión fiscal lleva a los contribuyentes actuales a exigir más del gobierno de lo que lo harían en otras circunstancias y, de paso, perjudica a los contribuyentes futuros.

Como revela esa descripción, el ejemplo más común de ilusión fiscal, para los pocos que alguna vez hablan de ello (particularmente raro entre los que están dentro del cinturón de Washington), es la financiación del déficit federal. Aumenta la deuda nacional, haciendo recaer parte del precio sobre los futuros americanos, un precio que crece cada año con la magnitud de los déficits. Y funciona en la medida en que la gente no tiene en cuenta los costes futuros impuestos por la deuda creada.

Otra forma de verlo que está aún más directamente relacionada con la deuda federal es considerar a alguien que tiene un bono del Tesoro en su cartera financiera. Consideraría ese bono como un activo, que se suma a su riqueza. Eso es correcto sólo desde su perspectiva, que no reconoce las consecuencias futuras de esa deuda para otros. Pero ese activo personal es en realidad una transferencia de riqueza prometida al tenedor del bono por parte de los futuros contribuyentes que deben pagar por él, no una mayor riqueza para la sociedad. Contabilizar esas tenencias de bonos como riqueza neta en lugar de como una transferencia de otros en el futuro es una ilusión fiscal. Y si los americanos creen que son más ricos de lo que realmente son, uno de los efectos es una mayor demanda de más gasto público.

Sin embargo, por muy importante que sea la ilusión fiscal asociada a la deuda pública, se puede argumentar muy sólidamente que es un problema aún mayor para los pasivos no financiados creados por los programas de Seguridad Social y Medicare.

En primer lugar, los pasivos no financiados de la Seguridad Social y Medicare son mucho mayores que la deuda nacional, y crecen más rápidamente, lo que hace que lo que está en juego sea aún mayor. En segundo lugar, es mucho más difícil «ver» sus cargas futuras que las de la deuda federal. En lugar de una única cifra acumulada llamada deuda e incluso un «reloj de la deuda» que lleve la cuenta de su nivel a lo largo del tiempo, el alcance exacto en dólares de los pasivos no financiados depende de muchas suposiciones sobre el futuro.

Lo que se espera que ocurra con las tasas de natalidad, la esperanza de vida, la edad de jubilación, el crecimiento económico, los tipos de interés, la participación de la población activa, etc., cambiará la magnitud de los pasivos no financiados y también lo hará la distancia que un estudio mire hacia el futuro. E incluso si esos pasivos no financiados superan la deuda federal en un amplio abanico de supuestos, la ausencia de una única cifra definitiva suele perjudicar gravemente a quienes quieren que la gente preste atención a los problemas.

Sin embargo, sabemos que debemos empezar a abordar esas carencias ahora, porque son muy, muy grandes bajo casi cualquier conjunto plausible de suposiciones sobre el mundo de incertidumbre inherente al que nos enfrentamos, y hacer algo para empezar a abordar su daño a los futuros americanos no requiere que sepamos un número exacto ahora.

La ilusión fiscal de los pasivos no financiados queda ilustrada por los ataques de Biden a los republicanos por querer supuestamente recortar la Seguridad Social y Medicare, en busca de más votos de la tercera edad en 2024, alegando un agudo contraste con él, porque «no recortaré ni una sola prestación de la Seguridad Social o Medicare». Sin embargo, dados los enormes pasivos no financiados (estimados) de esos programas, el statu quo no es de hecho una opción sostenible, por lo que no hacer nada ahora sobre los programas significa imponer un golpe aún mayor a los mayores a partir de un futuro muy próximo.

Incluso la Administración de la Seguridad Social lo indica claramente y se hace referencia a ello en las declaraciones de prestaciones individuales. Por consiguiente, la promesa de Biden de que no se recortarán las prestaciones de nadie mientras él esté en el cargo sólo significa imponer un golpe fiscal mucho mayor a los que participan en el programa, ya sea como cotizantes o como beneficiarios, poco después.

Un indicador aún más claro de la ilusión fiscal que se está manipulando en el debate sobre los pasivos no financiados es el apoyo demócrata a la Ley 2100 de la Seguridad Social, que, con el pretexto de proteger un «Fideicomiso Sagrado», aumenta las prestaciones actuales del programa. Hacerlo en un sistema que sabemos que no podrá pagar sus facturas acumuladas es elevar sus pasivos futuros, aumentando su injusticia generacional, pero al presentarse como «salvadores» de la Seguridad Social, en lugar de aumentar más cargas sobre los futuros americanos, están redoblando su manipulación de la ilusión fiscal implicada.

A raíz de sus estudios sobre la ilusión fiscal, James Buchanan y su coautor de Democracia en déficit, el también estudioso de las finanzas públicas Richard Wagner, escribieron: «Los presupuestos no pueden quedar a la deriva en el mar de la política democrática». Es necesario limitar aún más los grados de libertad que la elección democrática de los representantes otorga a los gobernantes.

Esto sigue siendo cierto, especialmente cuando estamos más alejados que nunca de la responsabilidad fiscal. Pero debemos reconocer que la manipulación de la ilusión fiscal, con apuestas aún mayores, también está en juego en el tratamiento político de los programas de prerrogativas. Y como vemos demostrado hoy ante nuestros ojos, esos programas tampoco pueden confiarse al mar de la política democrática.

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