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La política de Oriente Medio de Biden pone en peligro a los americanos

La situación en Oriente Medio es cada vez más peligrosa para los americanos destinados allí. Dos Navy SEAL han muerto tras perderse en el mar frente a las costas de Somalia mientras registraban una embarcación que presuntamente transportaba armas con destino a Yemen. Y muchas tropas de EEUU han sufrido conmociones cerebrales y otras lesiones cerebrales en ataques con cohetes en Irak y Siria. Al parecer, el presidente Joe Biden y sus asesores están convencidos de que es sólo cuestión de tiempo que las tropas de EEUU mueran directamente.

El gobierno de Biden también sugiere que las muertes americanas no les darán otra opción que llevar a cabo ataques directos contra Irán, el mismo enfoque que el propio Biden ha admitido que no está funcionando contra Yemen.

Pero el peligro es mayor de lo que Biden deja entrever.

En 1996, el gobierno israelí llevó a cabo una operación militar a través de su frontera norte en Líbano. La campaña, denominada Operación Uvas de la Ira, tenía como objetivo derrotar al grupo militante Hezbolá. La estrategia israelí sonará familiar a cualquiera que haya seguido la guerra en Gaza.

Las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) lanzaron octavillas advirtiendo a los habitantes de numerosos pueblos del sur de Líbano que debían evacuarlos antes de la tarde siguiente. Poco después del plazo, Israel empezó a bombardear viviendas, ambulancias y todo tipo de infraestructuras civiles en los pueblos.

El bombardeo fue recibido con críticas internacionales, a las que el portavoz israelí respondió: «Hemos avisado con antelación a los residentes para que se desalojen y no resulten heridos. Todos los que permanecen allí, lo hacen por su cuenta y riesgo porque suponemos que están relacionados con Hezbolá».

Pero más tarde se reveló que esa excusa era mentira. Las FDI estaban atacando deliberadamente objetivos civiles en un intento de «provocar un flujo de civiles hacia el norte, hacia Beirut [la capital], presionando así a Siria y Líbano para que contuvieran a Hezbolá», en palabras de la Fuerza Aérea israelí.

Esa estrategia se vio alterada el 18 de abril de 1996, cuando las fuerzas israelíes bombardearon una instalación de las Naciones Unidas en las afueras de la aldea de Qana, que estaba llena de civiles locales. La óptica de un ataque directo contra mujeres y niños que se refugiaban de la violencia fue demasiado. Israel entabló conversaciones y, una semana después, acordó un alto el fuego.

Al final, 154 civiles libaneses murieron y 351 resultaron heridos.

A unos tres mil kilómetros de distancia, en Alemania, un estudiante de posgrado egipcio seguía de cerca la carnicería. Días después de los atentados de Qana, Muhammad Atta, de veintisiete años, firmó «su última voluntad y testamento» para simbolizar, en palabras de Scott Horton, «su voluntad de morir en la lucha contra aquellos a los que culpaba de la guerra». ¿Y a quién culpaba? A los Estados Unidos.

Atta y sus compañeros, más tarde conocidos como la célula de Hamburgo, estaban convencidos de que «Las uvas de la ira» nunca se habría producido sin todo el dinero y el equipo suministrados por el gobierno de EEUU.

Al año siguiente, Atta y su mejor amigo viajaron a Afganistán para ofrecer sus servicios a Osama bin Laden. Como reflexiona Horton, «su potencial debía de ser obvio para Al Qaeda; estudiantes graduados de clase media alta que estudiaban ingeniería en Alemania tendrían fácil acceso a los Estados Unidos.»

Cuatro años después, Muhammad Atta dirigió el equipo de secuestradores que mató a casi tres mil americanos el 11 de septiembre de 2001. Pilotó personalmente el primer avión contra la Torre Norte del World Trade Center.

Ahora, más de veinte años después, los militantes de Yemen, Irak y Siria ya han demostrado que ellos también culpan a los Estados Unidos por la forma en que Israel está librando su guerra en Gaza. Y como el nivel de muertes de civiles es mucho mayor en esta guerra —con casi diez mil niños muertos hasta ahora—, eso debería preocuparnos.

Cuando los libertarios decimos que lo que está ocurriendo en Oriente Medio no es nuestra guerra o que nuestra implicación va en contra de los intereses de América, no es que nos estemos quejando de que no haya mucho que ganar. Es porque reconocemos cuánto tiene que perder el pueblo americano.

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