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Libre comercio versus «libre comercio»

NPR emitió un comentario inintencionadamente divertido esta mañana sobre las opiniones de Donald Trump con respecto a la UE y el libre comercio. El invitado, el exembajador de estados unidos para la UE, Anthony Gardner, criticaba con razón la opinión del presidente de que «la protección llevará a una gran prosperidad y fortaleza» y reclamaba continuar la relación global de compañías y consumidores de EEUU. Pero revelaba, tal vez inadvertidamente, qué quieren decir con «libre comercio» los actores políticos.

En concreto, Gardner expresaba un gran escepticismo hacia la posibilidad de que EEUU llegara a un acuerdo bilateral de libre comercio con Reino Unido, supuestamente uno de los principales objetivos de Trump en su próxima reunión con la nueva primera ministra Theresa May. Los acuerdos de libre comercio son complejos, nos informa Mark Gardner, y negociar uno no sería un ni fácil ni rápido.

¿Por qué? Para los economistas libre comercio significa ausencia de interferencia pública con el comercio: ni aranceles, ni cuotas, ni subvenciones, ni otras intervenciones, explícitas o implícitas. Para los políticos, «libre comercio» significa una serie compleja de políticas comerciales gestionadas (Gardner incluso se refería a la solemne obligación de «escribir las reglas para el comercio global», que en su mente es algo que o hace nuestro gobierno o a lo hace un gobierno extranjero). ¿Qué importaciones serán gravadas y a qué tipos? ¿Qué exportaciones serán subvencionadas y a qué niveles? ¿Cómo se aplicarán las políticas laborales, medioambientales y sociales por parte de los gobiernos nacionales y extranjeros? Para los cargos públicos, los países realizan «libre comercio» cuando acuerdan un paquete complejo de impuestos y subvenciones explícitas e implícitas de forma que ninguno tenga una ventaja especial sobre el otro o tenga una desventaja relativa con algún otro socio comercial (como quiera que se definan esas ventajas).

Como escribió una vez Murray Rothbard:

Si alguna vez apareciera en el horizonte el auténtico libre comercio, habría una forma segura de saberlo. Gobierno/medios de comunicación/grandes empresas se opondrían a este con uñas y dientes. Veríamos una serie de editoriales «advirtiendo» acerca del inminente retorno al siglo XIX. Los expertos de los medios y académicos plantearían todos los viejos bulos contra el libre mercado, que es explotador y anárquico sin la «coordinación» del gobierno. El establishment reaccionaría a la institución de un verdadero libre comercio con tanto entusiasmo como lo haría para abolir el impuesto de la renta.

«En realidad», como señalaba Rothbard, «el bramido del establishment bipartidista del ‘libre comercio’ desde la Segunda Guerra Mundial alimenta lo contrario a una verdadera libertad de intercambio». Las organizaciones de Bretton Woods (como el Banco Mundial y el FMI) y los acuerdos comerciales modernos se basan en las ideas mercantilistas de que las exportaciones hacen el rico a un país y las importaciones le hacen más pobre. (De hecho, Gardner en la entrevista antes citada se preocupaba concretamente por que un colapso de la UE haría más difícil a los fabricantes de EEUU vender sus productos en Europa, pero no decía nada acerca de las ventajas para los consumidores de EEUU y europeos de un gobierno supranacional reducido). Por eso los gobiernos tienen poco interés en el verdadero libre comercio.

Hace aproximadamente quince años forme parte de una delegación de cargos oficiales de EEUU en una misión de recogida de datos en Singapur, para avanzar en un potencial acuerdo bilateral de libre comercio EEUU-Singapur. (Todos tenemos esqueletos en nuestros armarios). Una de nuestras tareas era entrevistar a empresarios de Estados Unidos que operanan en Singapur para ver si pensaban que el gobierno de este país estaba subvencionando injustamente a las empresas locales a su costa. La idea era usar esto como moneda de cambio: «Si no dejáis de subvencionar a vuestros productores nacionales, no dejaremos de subvencionar a los nuestros». (Resultó que el gobierno de Singapur no estaba haciendo mucho por ayudar a sus propias empresas, así que eso resultó irrelevante). No parecía ocurrírsele a nadie que aunque el gobierno de Singapur estuviera protegiendo sus propias empresas a costa de sus propios consumidores, EEUU no estaría mejor subvencionando sus propias exportaciones a Singapur, como afirma la teoría mercantilista. La idea de que EEUU debería sencillamente evitar interferir en los intercambios pacíficos entre los empresarios, inversores y consumidores ubicados en EEUU y en Singapur —es decir, apoyar el libre comercio— era simplemente demasiado loca como para tenerse en cuenta.

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