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Yellow Trucking va la bancarrota, en parte gracias a leyes laborales onerosas

El 30 de julio, Yellow, una de las mayores y más antiguas empresas de transporte por carretera de los Estados Unidos, cesó sus operaciones y pasó a declararse en quiebra. Según los informes, el último clavo en el ataúd de la nonagenaria empresa fue un conflicto laboral con el sindicato Teamsters.

Sin embargo, los ejecutivos de Yellow también merecen parte de culpa. Las redes de camiones adquiridas en las décadas de 2000 y 2010 se gestionaron mal, lo que retrasó su integración. Dicho esto, cuando la empresa finalmente buscó la integración, los esfuerzos fueron bloqueados por el sindicato. El bloqueo llevó a Yellow a una grave situación financiera que culminó en una disputa sobre el pago de las pensiones en julio.

La empresa trató de aplazar dos pagos de pensiones para dar a los ejecutivos un respiro que les permitiera sortear la difícil situación financiera. En respuesta, los Teamsters amenazaron con ir a la huelga, lo que llevó a los clientes a huir a los competidores de Yellow. La empresa entró en una barrena que desembocó en el anuncio de quiebra del domingo.

Las pérdidas económicas, y las quiebras que pueden acarrear, son cruciales para el proceso de mercado. Como destaqué en un artículo el mes pasado, son una señal muy motivadora de que los escasos recursos específicos deben utilizarse en otro lugar para satisfacer mejor las necesidades y deseos de los consumidores finales, que es el propósito de la economía.

Pero esto sólo es cierto cuando las pérdidas son el resultado de decisiones voluntarias de consumidores y productores. Las intervenciones coercitivas de los gobiernos distorsionan este proceso de forma que sólo pueden empeorar la situación de los consumidores. Las empresas pueden verse protegidas de las pérdidas económicas o verse obligadas a cerrar debido a la política gubernamental. En cualquier caso, cuando el gobierno interviene en la economía, algunos recursos dejan de utilizarse para producir lo que los consumidores valoran.

Pero a veces esta línea divisoria entre una pérdida económica productiva y una improductiva no es evidente. Tal es el caso de Yellow. Las pérdidas económicas derivadas de malas decisiones de gestión son productivas en la medida en que reasignan recursos a manos de gestores que satisfarán de forma más competente las necesidades de los consumidores finales. Pero los sindicatos complican las cosas.

Como señaló Murray Rothbard en su artículo de 1963 «Restrictionist Pricing of Labor», muchos «detractores del sindicalismo llegan al extremo de sostener que los sindicatos nunca pueden ser fenómenos de libre mercado y que siempre son instituciones ‘monopolísticas’ o coercitivas». Pero esto no es necesariamente cierto. Rothbard explicó que los costes económicos de los precios laborales restriccionistas recaen principalmente sobre los propios trabajadores —más directamente sobre los trabajadores no sindicados—. Y es posible que los trabajadores no sindicados valoren más no subcotizar a los sindicatos que trabajar en el empleo mejor pagado disponible para ellos.

Esta posibilidad es la razón, dice Rothbard, de la «mística» del sindicato y la demonización de los «cruzados de piquete» y los «esquiroles». Los sindicatos necesitan muy buenas relaciones públicas para que los trabajadores no sindicados se incorporen voluntariamente al desempleo, o al subempleo, para mantener altos los salarios sindicales.

Dicho esto, que algo sea posible en teoría dista mucho de ser una garantía de que vaya a suceder en la práctica. Y como cualquier observador honesto de la historia debe concluir, prácticamente todos los sindicatos de América se han basado, en gran parte, en la coacción y la violencia.

El tipo de sindicato que vemos hoy en día no empezó a surgir hasta finales del siglo XIX. A principios del siglo XX, los sindicatos sólo representaban una pequeña parte de la mano de obra industrial. Y, como se explica en este esclarecedor recuento de la historia de los sindicatos americanos realizado por el antiguo economista jefe del Departamento de Trabajo de EEUU —y académico asociado al Instituto Mises— Morgan O. Reynolds, estos primeros sindicatos pudieron sobrevivir a duras penas, gracias sobre todo a la inacción de la policía. Los sindicatos podían utilizar la violencia para «disuadir» a los trabajadores externos de ofrecerse a trabajar a precio de mercado sin temor a que la policía se lo impidiera. Como explica Walter Block en Defending the Undefendable II, este uso de la violencia física por parte de los sindicalistas se denominó «blue-collar way».

Por el contrario, la llamada vía de cuello blanco consistía en conseguir que se aprobaran leyes para trasladar la carga de la coerción al gobierno. Si en el siglo XIX el gobierno apoyaba a los sindicatos negándose a detener la violencia sindical, el siglo XX supuso el cambio a la coerción directa del gobierno en nombre de los sindicatos.

La «vía blanca» comenzó con el apoyo a los primeros sindicatos del sector público de ferrocarriles y correos. Pero a pesar de algunas intervenciones favorables a los sindicatos durante la Primera Guerra Mundial, habría que esperar a la Gran Depresión para que se instauraran la mayor parte de los privilegios legales de que gozan hoy en día.

Utilizando como excusa la noción errónea de que el camino para salir de la Depresión y alcanzar la prosperidad nacional empezaba por unos salarios más altos, el gobierno federal aprobó una serie de proyectos de ley que afianzaron la sindicalización en la economía americana.

La Ley Davis-Bacon (1931) y la Ley de Normas Laborales Justas (1938) penalizaron los empleos peor pagados, expulsando del mercado a los trabajadores no sindicados. La Ley Norris-LaGuardia (1932) otorgó a los sindicatos un nivel de inmunidad legal del que disfrutaban pocas entidades no gubernamentales y declaró inaplicables ante los tribunales federales todos los acuerdos de empleo no sindicados. La Ley Wagner (1935) otorgó a los sindicatos una gran influencia sobre los empresarios a cambio de cierto control gubernamental sobre la elección de los dirigentes sindicales.

El número de miembros del sindicato Teamsters creció con la aprobación de estas leyes. En 1941 era el sindicato de mayor crecimiento del país y, según la historia del movimiento obrero americano de Walter Galenson, también el más corrupto. Aun disfrutando de los beneficios de las leyes favorables a los sindicatos, el Teamster de mediados del siglo XX se aferró firmemente a las «blue-collar ways». Además de la profunda implicación del sindicato con el crimen organizado, los Teamsters utilizaban palizas, vandalismo, incendios provocados y atentados con bomba para controlar la industria del transporte por carretera.

Aunque la actividad delictiva y la corrupción de los sindicatos parecen haberse disipado a finales del siglo XX, la coacción legal que apuntala todo el trabajo organizado sigue existiendo. A pesar de ello, la afiliación a los sindicatos del sector privado ha disminuido sustancialmente desde los primeros días de estas leyes, algo que Reynolds atribuye a una clase trabajadora más rica. Si la «mística» de los sindicatos no es ni de lejos lo que era a mediados del siglo XX, podemos estar bastante seguros de que el nivel de sindicación actual es producto de la coacción; de hecho, debe serlo, al menos en gran medida, debido a las leyes vigentes.

Nunca sabremos con certeza cómo le habría ido a Yellow de no ser por sus batallas con los Teamsters. Tal vez los conflictos laborales sólo aceleraron la desaparición de una empresa condenada por una gestión incompetente. O tal vez habría integrado con éxito sus adquisiciones en ausencia de la presión sindical. En cualquier caso, podemos estar seguros de que, debido a la naturaleza destructiva de los sindicatos coercitivos, Yellow quebró de una manera que le deja a usted, el consumidor final, un poco peor.

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