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Augsburgo, un núcleo capitalista en el nacimiento de la modernidad

La bella Augsburgo, ciudad de puertas de bronce y gloria del Renacimiento alemán, ocupa una posición inusual y bastante desconocida en la historia del capitalismo, como “lugar de nacimiento de la modernidad” tanto de las teorías de libre mercado como de magnates hechos a sí mismos. La ciudad imperial de tejados hastiales no parecía, en principio, estar destinada a ello: hasta la mitad del alto Renacimiento era superada en importancia por las grandes ciudades-estado italianas, por Viena y Núremberg, las ciudades suizas de San Galo y Berna, por no hablar de las ciudades de la Liga Hanseática. Indudablemente no era un logro sencillo sobrepasar estos puntos neurálgicos. Pero Augsburgo emergió más rica, más atractiva, más austera que las demás y permaneció ahí en el curso de sus décadas de innovación, marcando el curso de la historia alemana y europea en el umbral de la época moder

Pocas veces una ciudad de la Edad Media experimentó una transformación tan completa de su estructura económica como esta ciudad en la segunda mitad del siglo XVI. Durante las primeras décadas de ese siglo, “Augsburgo ascendió con extraordinaria rapidez al liderazgo del sur de Alemania, en realidad de toda la vida económica alemana”, escribía Jakob Strieder, un historiador alemán y autor del clásico de 1927 Jakob Fugger der Reiche (Jacob Fugger el Rico). En el interior y el exterior, la reputación de Augsburgo de la riqueza y la fortaleza financiera de sus ciudadanos “se extendió como una fábula”. Siempre que se necesitaba dinero en los centros de poder del mundo, se buscaban préstamos en Augsburgo: la fuente parecía inagotable. Incluso Martín Lutero estaba impresionado. Señalaba: “Augsburgo podría producir treinta toneladas de oro en tres semanas, que es más de lo que podría hacer el káiser”.

Augsburgo, como la “Hansa”, que comenzaba su decadencia al aumentar la fortaleza de Augsburgo, se levantó con pocos o ningún impedimento a partir de un gremio de tejedores hasta el trono de la minería y la banca continentales. Hizo a algunas familias tan ricas y respetadas que sus nombres bastaban como pagarés o bonos entre la quisquillosa clase mercantil de Venecia. Engendró al mitológico Jacob Fugger, el sacerdote católico convertido en el “primer capitalista” de la época moderna. También produjo a Konrad Peutinger, un teórico y humanista que defendía el “arte del beneficio” en sus escritos y escribía exhaustivamente en apoyo de los derechos de las empresas, en lugar de solo de los del consumidor.

En la mayoría de la Europa medieval, los negocios estaban controlados por regulaciones que imponían gremios, gobernantes y la Iglesia. Los gremios restringían el número de personas a las que se permitía entrar en una profesión y ejercitaban un control sobre el volumen de la producción. Aun así, en los siglos XV y XVI estas prácticas sufrieron un cambio radical. Esto se debió a dos factores principales: el rápido auge de la minería en la esfera económica y las nuevas filosofías y teorías del individualismo, alimentadas primero en la Italia del Renacimiento y, a través de la reforma protestante, en la esfera intelectual. Esta última fue una respuesta a las crecientes necesidades empresariales del momento.

En la transición desde la Edad Media, la minería se desarrolló rápidamente en el Sacro Imperio Romano, dando a Alemania una ventaja económica sobre otros países europeos. Con la decadencia de la banca florentina (que gobernó todo, desde las finanzas papales a la administración financiera de Inglaterra), llegó un auge importante en el comercio internacional del sur de Alemania. Carlos V, emperador alemán, describía las minas como “el mayor regalo y fuente de beneficio”. En 1600 había en actividad cientos de empresas comerciales familiares en Augsburgo y su ciudad hermana de Núremberg. La mayoría de ellas estaban radicadas en Augsburgo.

En esa bella población se habían creado redes comerciales debidas a la antigua artesanía del tejido de fustán (una tela pesada). Esto se convirtió en una industria y luego en un gremio apreciado y poderoso. Familias astutas (como los Welser, Hochstätter, Binnen y esos intrigantes Fugger), atentas a las indicaciones de los tiempos, empezaron a centrarse en la minería y los minerales con los beneficios de ese comercio textil.

Jacob Fugger, que estaba estudiando para convertirse en sacerdote cuando fue llamado para ocuparse de la próspera dinastía textil de la familia, se convirtió en el manantial de desarrollo económico de su ciudad natal. “Siguiendo el ejemplo de Jacob Fugger y sus métodos empresariales, una gran empresa comercial de Augsburgo tras otra, creciendo con y después de la casa Fugger, fueron entrando en el campo de la minería. Fugger pagó cien veces más lo que había tomado de su Augsburgo y otros predecesores del sur alemán”, escribe Gregory Steinmetz en su vivaz biografía de Fugger, The Richest Man Who Ever Lived (2015). Fugger se convirtió en el amo indiscutible de Europa en el ámbito económico, debido a sus fortunas en minería y posteriormente en banca. Fue el predecesor de los grandes capitostes del sector en los siglos XIX y XX.

Esto hizo que Fugger se ganara el respeto de la clase dirigente imperial y, como señala Steinmetz, añadió poder a su promoción de una idea entonces muy radical: La interferencia del gobierno en el mercado era normalmente contraproducente. “Era una discusión que ganaba algunas veces, pero no fue completamente apreciada durante siglos”. Steinmetz añade: “Defendía la libertad personal y económica en un momento crítico de la historia del capitalismo”,

“La historia del desarrollo del espíritu capitalista en Europa es la historia del auge del individuo con poder, la personalidad excepcional en el campo de la cultura material y la vida económica”, escribe Strieder, citado antes, en Jakob der Reiche. El ascenso de Jacob Fugger y de Augsburgo se inscriben en este contexto. Durante más de dos décadas, “el gran príncipe mercader de Augsburgo” fue el principal auxiliar financiero de emperadores, papas y grandes ciudades-estado de todas partes. “Si el genio mercantil de Augsbrugo acabó sobrepasando su primer modelo y se convirtió en el principal exponente del racionalismo económico y la capacidad empresarial de su tiempo, esto se debió principalmente a su propia gran iniciativa a la hora de desarrollar el espíritu capitalista, su importante herencia italiana hasta entonces inapreciada”, como escribe Steinmetz.

Así, el movimiento económico que había empezado en los grandes centros comerciales de Italia, por ejemplo en Venecia, Florencia, Bolonia y Roma, ahora seguía las principales rutas comerciales extendidas a Alemania, especialmente a Augsburgo pero también a Núremberg, Ulm y Ratisbona. Augsburgo apareció como un núcleo poderoso de capitalismo en el espacio de unas pocas décadas. También le siguieron nuevas teorías del capitalismo.

Aparece Konrad Peutinger. Fue uno de los caballeros intelectuales ricos del momento, nacido en una familia acomodada de mercaderes y el tipo de pensador-activista adinerado que ostenta poder social y político. La investigadora Mary Catherine Welborn fue la pionera en el estudio del oscuro Herr Peutinger y de las primeras teorías capitalistas y de libre mercado en Augsburgo y el sur de Alemania en un notable estudio titulado An Intellectual Father of Modern Business (1939).

Este humanista de Augsburgo lanzó un ataque contra la práctica medieval de regular estrictamente la fabricación de productos y fijar precios de bienes a favor del consumidor. Defendía una libertad absoluta para los mercaderes de establecer un precio tan alto como la pareciera y señalaba que esta libertad no dañaría al consumidor, porque los mercaderes no siempre fijan precios altos. Además, argumentaba que los beneficios que dejaba la clase mercantil excedían con mucho lo que ganaban con precios altos. Por ejemplo, él y sus igualmente activos hermanos donaron a la ciudad algunos de los edificios más antiguos y hermosos al norte de los Alpes; Jakob Fugger también fundó uno de los primeros proyectos europeos de vivienda pública (el Fuggereri), pagado por medios privados individuales. Con respecto a los monopolios, Peutinger argumentaba que si empresarios fuertes como los Fugger y los Welser habían obtenido el control sobre ciertas materias primas (como se quejaban incluso desde instituciones estatales similares a la Liga Hanseática), era porque habían superado a las partes más débiles. Y así tenía que ser.

Es verdad que las grandes familias de comerciantes como los Fugger tenían relaciones cercanas con “el Estado”, ya fuera este en forma de Maximiliano I de Habsburgo o el emperador Carlos V. Aun así, en este contexto histórico, esa implicación no era tanto un caso de regulaciones burocráticas y el ahogamiento de iniciativa como un favoritismo mostrado hacia un Fugger que respaldaba las deudas de estos aventureros imperiales. De hecho, fue la relación cercana de Peutinger con el emperador Maximiliano la que ayudó a abrir el camino para que Fugger controlara las minas del Tirol. Pero fue Fugger y solo Fugger el que hizo algo con ellas.

Como cuenta Steinmetz, esta mezcla pública-privada consistía, por ejemplo, en un préstamo al archiduque Segismundo, el dueño de las minas de Tirol, que lo pagaba enviando plata a Fugger con un precio de descuento. Fugger vendía inmediatamente el metal precioso en Venecia, con un sobreprecio del 50%. Continuaba financiando el auge de los Habsburgo “como participantes globales” y cuando, en 1495, los dirigentes económicos de Hungría temían una invasión de los turcos, Fugger se lanzó en picado “y compró todas las minas de cobre que pudo e hizo una fortuna”. En 1505, empezó a patrocinar a exploradores portugueses, invirtiendo en la primera expedición a lo que hoy es Mombasa, en Kenia, “que volvió con cargamentos de pimienta que vendió con un beneficio del 300%”. El imperio mercantil y bancario de los Fugger iba del Adriático hasta el Mar del Norte y desde el Océano Atlántico hasta Europa Oriental. Fue él el que convenció al papa Leon X (nacido Médicis) para que legalizara el préstamo con beneficios.

“Tenía una calidad adicional que le ponía en una órbita superior”, escribe Steinmetz. “Su frialdad y confianza en sí mismo le permitían mirar de arriba abajo a soberanos, soportar aplastantes cantidades de deuda y una burbujeante confianza y jovialidad al enfrentarse a la ruina. El valor era esencial porque los negocios nunca fueron tan peligrosos como en el siglo XVI”.

¿Qué mantenía esta actitud, este valor? “El impulso de un individualismo fuerte y creativo, el incesante deseo de actividad que les estimulaba en cualquier campo en el que estuvieran. (…) En un análisis final, debe aceptarse como algo propio de todas las naturalezas creativas”, como explica Strieder. Fugger, incluso con la salud deteriorada, decía a su familia que “no tenía intención de detenerse” que “buscaría beneficios hasta el fin”.

De todas las ciudades del Sacro Imperio Romano, Augsbrugo recibió la mayor porción del espíritu del Renacimiento. En ningún otro lugar de la Europa central convergieron condiciones económicas, políticas e intelectuales tales que estimularan un nuevo entorno empresarial y un nuevo tipo de empresarios y teóricos, ya fuera un Fugger, un Peutinger o los otros cientos de grandes familias. Tan galante como maravillosa, Augsburgo hizo nacer la economía liberal europea y alimentó el auge del individuo. Esperemos que ese espíritu pueda infectar de nuevo al continente.

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