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Böhm-Bawerk contra la Escuela Neoclásica

En general, la Escuela Neoclásica ha seguido una tradición que es anterior a la revolución subjetivista e implica un sistema productivo en el que los distintos factores de producción dan lugar, de una manera homogénea y horizontal, a bienes y servicios de consumo. No se piensa en la inmersión de estos factores en tiempo y espacio a través de una estructura temporal de etapas productivas, un aspecto que los teóricos austriacos normalmente sí tienen en cuenta. El anterior marco estático proporcionaba la estructura para la obra de John Bates Clark (1847-1938), que lo llevó a su conclusión lógica. Clark era profesor de economía en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y su fuerte reacción antisubjetivista en el área de la teoría del capital y el interés continúa incluso hoy sirviendo como base para todo el edificio neoclásico-monetarista.

De hecho, Clark considera como si producción y consumo fueran simultáneos. Desde este punto de vista, los procesos de producción no comprenden etapas, ni hay necesidad de esperar ningún periodo de tiempo antes de obtener los resultados de los procesos de producción. Clark considera el capital como un fondo perpetuo o permanente que “automáticamente” genera beneficios en forma de intereses. Según Clark, cuanto mayor es el fondo social de capital, más bajo es el interés. El fenómeno de la preferencia temporal no influye en modo alguno en el interés en ese modelo. Además, la opinión de Clark es la que Knight, Stigler, Friedman y el resto de la Escuela de Chicago siguen incondicionalmente.

Es evidente que el concepto de proceso de producción de Clark consiste únicamente en una trasposición de la noción del equilibrio general de Walras al campo de la teoría del capital. Como sabemos, Walras desarrolló un modelo de equilibrio general que expresaba en términos de un sistema de ecuaciones simultáneas, que pretendía explicar cómo se determinan los precios de mercado de los distintos bienes y servicios. Desde la perspectiva austriaca, el principal defecto del modelo de Walras es que implica la interacción, dentro de un sistema de ecuaciones simultáneas, de magnitudes (variables y parámetros) que no son simultáneas, sino que se producen secuencialmente en el tiempo al impulsar el proceso de producción los agentes que participan en el sistema económico. En resumen, el modelo de equilibrio general de Walras es un modelo estrictamente estático que relaciona magnitudes que son heterogéneas desde un punto de vista temporal: el modelo no explica el paso del tiempo y por el contrario describe la interacción de variables y parámetros supuestamente concurrentes y que nunca aparecen simultáneamente en la vida real.

Lógicamente, es imposible explicar procesos económicos reales usando un modelo económico que omite el aspecto del tiempo y en el que el estudio de la iniciación secuencial de los procesos de mercado está conspicuamente ausente. Es sorprendente que una teoría como la que defiende Clark se haya convertido sin embargo en la más ampliamente aceptada en la economía hasta el día de hoy y aparece en la mayoría de los libros de texto de introducción. De hecho, casi todos estos libros empiezan con una explicación del modelo del “flujo circular de renta”, que describe la interdependencia de la producción, el consumo y los intercambios entre los distintos agentes económicos (familias, empresas y otros). Esas explicaciones excluyen completamente el papel del tiempo en el desarrollo de los acontecimientos económicos. En otras palabras, este modelo se basa en el supuesto de que todas las acciones se producen a la vez, una “simplificación” falsa y sin base, que no solo impide la solución de los problemas económicos reales y vitales, sino que también constituye un obstáculo casi insuperable para su descubrimiento y análisis por investigadores económicos.

Eugen von Böhm-Bawerk reaccionó inmediatamente en contra de la postura subjetivista de Clark y su escuela. Por ejemplo, Böhm-Bawerk describe el concepto de capital de Clark como “místico” y “mitológico”, señalando que los procesos de producción nunca dependen de un fondo misterioso y homogéneo, sino que se basan invariablemente en el funcionamiento conjunto de los bienes específicos de capital que los empresarios deben siempre antes concebir, producir, seleccionar y combinar dentro de un proceso económico que requiere tiempo. Además, según Böhm-Bawerk, Clark ve el capital como una especie de “gelatina valiosa” o noción ficticia. Con una presciencia notable, Böhm-Bawerk advertía que la aceptación de una idea así estaba condenada a llevar a graves errores el desarrollo futuro de la teoría económica. De hecho, Böhm-Bawerk predecía con gran presciencia que, si prevaleciera el modelo estático y circular de Clark, revivirían inevitablemente las doctrinas del infraconsumo, desacreditadas desde hacía mucho, y cuando aparecieron Keynes y su escuela se demostró que Böhm-Bawerk tenía razón.

Böhm-Bawerk también considera insostenibles las teorías que, como la de Clark, basan el interés en la productividad marginal del capital. En realidad, según Böhm-Bawerk, los teóricos que afirman que el interés está determinado por la productividad marginal del capital son incapaces de explicar, entre otras cosas, por qué la competencia entre los distintos empresarios no tiende a causar que el valor presente de los bienes de capital en el mercado iguale al de la producción esperada, eliminando así cualquier diferencial de valor entre costes y producción a lo largo del periodo de dicha producción. Como indica correctamente Böhm-Bawerk, las teorías basadas en la productividad son únicamente un resto de la concepción objetivista del valor, según la cual el valor está determinado por el coste histórico incurrido en los procesos de producción de los distintos bienes y servicios. Sin embargo, los precios determinan los costes y no al revés y el conocimiento de este hecho se remonta al menos hasta Luis Saravia de la Calle. Los agentes económicos incurren en costes porque creen que el valor que serán capaces de obtener de los bienes de consumo excederá estos costes. El mismo principio se aplica a la productividad marginal de cada bien de capital, que se determina en definitiva por el valor futuro de los bienes y servicios de consumo que el bien de capital ayuda a producir. Mediante un proceso de descuento, este valor genera el valor actual de mercado del bien de capital (que no tiene ninguna relación con su coste de producción).

Así que el origen y existencia del interés debe ser independiente de los bienes de capital y debe basarse, como ya hemos dicho, en la preferencia temporal subjetiva de los seres humanos. Es fácil entender por qué los teóricos de la escuela de Clark-Knight ha cometido el error de considerar que el tipo de interés se determina por la productividad marginal del capital. Solo tenemos que observar que el interés y la productividad marginal del capital solo se igualan en la presencia de lo siguiente: primero, un entorno de equilibrio perfecto en el que no se producen cambios; segundo, un concepto de capital como un fondo mítico que se replica a sí mismo y no implica ninguna necesidad de toma empresarial de decisiones con respecto a su depreciación, y tercero, una noción de producción como un “proceso” instantáneo que, por tanto, no toma tiempo. En presencia de estas tres condiciones, que son absurdas por lo alejadas que están de la realidad, la renta de un bien de capital sería siempre igual al tipo de interés. A la vista de este hecho, es perfectamente comprensible que los teóricos imbuidos por una concepción síncrona e instantánea del capital se hayan visto engañados por la igualdad matemática de renta e interés en una situación hipotética como esta y que desde ahí hayan saltado a la conclusión teóricamente inadmisible de que la productividad determina el tipo de interés y no al revés, como afirman precisamente los austriacos. Los miembros de la escuela austriaca sostienen que una productividad marginal variable (es decir, el valor del flujo futuro de retornos) determina solo el precio de mercado de cada bien de capital, un precio que tenderá a igualar al presente valor descontado (al tipo de interés) de este flujo de retornos esperados. Al mismo tiempo, un aumento (o disminución) del tipo de interés (determinado por la preferencia temporal) dará lugar a una disminución (o aumento) en el valor actual (precio de mercado) de cada bien de capital (independientemente de su coste histórico de producción) a través del proceso correspondiente de descontar (al tipo de interés) el flujo esperado futuro de retornos y exactamente hasta que esta cantidad coincida con el tipo de interés (y el necesario tipo de depreciación).

Así que, frente al hiperrealismo de los historicistas, Böhm-Bawerk condena ahora el hiporrealismo o más bien la total falta de realismo, en la conceptualización estática del capital de Clark y sus acólitos. Todo proceso de producción toma tiempo y, antes de que se alcance el fin, es necesario pasar varias etapas que adoptan la forma de una serie altamente heterogénea y variable de bienes de capital. En ningún caso estos bienes se replican automáticamente a sí mismos, sino que más bien se crean gradualmente como resultado de unas acciones empresariales y una serie de decisiones cuya ausencia incluso llevaría al consumo y desaparición de los bienes existentes de capital.

Además, como ya hemos indicado, Böhm-Bawerk mantiene que el precio de los bienes de capital no está determinado por su coste histórico de producción, sino más bien por la estimación, descontado el tipo de interés, del valor de su productividad futura, así que es la productividad la que tiende invariablemente a seguir al interés (determinado por la preferencia temporal) y no al revés.

Los economistas neoclásicos creen que la oferta y demanda de capital determinan conjuntamente el tipo de interés en equilibrio, que las consideraciones subjetivas de la preferencia temporal determinan la oferta, pero que los empresarios determinan la demanda basada en la productividad marginal del capital (es decir, basada en consideraciones predominantemente objetivas). Esta aproximación se parece a la que desarrolló Marshall para explicar la determinación de los precios en el mercado y que Böhm-Bawerk y la Escuela Austriaca rechazan y destacan que, cuando los empresarios reclaman fondos, actúan como meros intermediarios para trabajadores y dueños de factores de producción, que son los demandantes finales de bienes presentes en forma de salarios y rentas y que a cambio transfieren a los empresarios la propiedad de bienes futuros de mayor valor (que solo estarán disponibles cuando concluya el proceso de producción).

Consecuentemente, desde la perspectiva de los economistas austriacos, ambos lados (la oferta de los bienes de capital y su demanda) dependen de consideraciones subjetivas de preferencia temporal. Esta línea argumental, en el área de la determinación de tipos de interés, recuerda la que empleaba Böhm-Bawerk con Marshall cuando criticaba a este por su deseo de conservar, al menos en un lado del proceso de determinación de precios, la antigua concepción objetivista ricardiana característica de la Escuela Clásica de economía.

Extraído de The Austrian School: Market Order and Entrepreneurial Creativity.

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