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El papel del calvinismo en la edad de oro holandesa

La conocida tesis de Max Weber con respecto a la íntima relación entre calvinismo y capitalismo se ha visto desde hace mucho tiempo cuestionada por investigadores occidentales, aunque siempre ha encontrado defensores. El historiador francés de las ideas y filósofo Henri Sée escribía en Los orígenes del capitalismo moderno (1926) que “La Reforma, particularmente en forma de calvinismo, contribuyó enormemente al crecimiento del capitalismo”. Richard Henry Tawney, en su Religion and the Rise of Capitalism (1926), atribuía la extraordinaria prosperidad de los puritanos ingleses y los calvinistas holandeses (que tenía lugar en un momento en el que los países católicos España, Italia y Portugal sufrían estancamiento económico) al estricto fervor espiritual por parte de los ingleses y el sentimiento de destino que les había imbuido su fe. Los calvinistas en concreto, escribía Tawney, siguiendo el ejemplo de los muy acosados pero inteligentes hugonotes, serían conocidos por su ahorro y por su sentimiento o de ser “llamados” a lograr éxito mundano. Esto creó una convincente mitología encarnada posteriormente en el ideal de la frugalidad y el ingenio yanquis en estas orillas: un estereotipo clásico no del todo disparatado.

El capitalismo a gran escala apareció por primera vez en la República Holandesa; “la banca o “banca” fue inventada por los italianos del norte, esa había sido la visión clásica de los orígenes de los mercados modernos. Pero la cuestión es qué parte de este fenómeno fue producto de la fe religiosa, es decir ¿en qué medida fue el resultado directo de una “ética protestante” en funcionamiento o de una caridad católica florentina en los programas de rescate papal convertidos en un negocio de préstamos internacional? En el caso de los holandeses, fue de hecho, el que la república se alejara de los dictados del calvinismo lo que permitió su aumento de la prosperidad, en lugar del seguimiento específico de los principios religiosos concretos, como argumentaré más adelante. La trayectoria de esta evolución del calvinismo al capitalismo entre los siglos XVI y XVII es fascinante, digna de volver a conocerse para entender la historia de la aparición del capitalismo moderno.

Es verdad que el trabajo de Weber ejerció una fuerte influencia. En un pasaje citado frecuentemente, dice: “es característico y en cierto sentido típico que en las iglesias hugonotes francesas, monjes y hombres de negocios (mercaderes, artesanos) fueran particularmente numerosos entre los prosélitos, especialmente en el tiempo de la persecución. Incluso los españoles sabían que la herejía (es decir, el calvinismo de los holandeses) promovía el comercio y esto coincide con las opiniones que expresaba Sir William Petty en su explicación de las razones para el desarrollo capitalista en Holanda. Gothein califica correctamente a la diáspora calvinista como el semillero de la economía capitalista (…) Incluso Austria, por no hablar de otros países, importaba directamente artesanos protestantes”. Weber extiende luego esta visión para abarcar todo el protestantismo: “Montesquieu dice (El espíritu de las leyes, libro 20, cap. 7) de los ingleses que ‘había sido el pueblo que más había progresado de todos los del mundo en tres cosas importantes: en piedad, en comercio y en libertad’. ¿No es posible que su superioridad comercial y sus adaptaciones a las instituciones políticas libres estén relacionados de alguna manera con ese historial de piedad que les atribuye Montesquieu?”

Aun así, el caso particular del auge paralelo del calvinismo y el capitalismo siempre ha sido interesante para los investigadores porque la República Holandesa, como se ha mencionado antes, fue el primer país en el que el capitalismo moderno se desarrolló a una gran escala en todo el país. Es verdad que las grandes cualidades de ahorro, vida espartana, sospecha de especulación eran todas parte del credo de fuego y azufre de esa religión. Sin embargo, a primera vista, aparece una contradicción: las cualidades mentales para la disciplina de hacer dinero y mantenerlo frente a una estructura social y un sistema de valores que permitía la acumulación de riqueza, de beneficio y de préstamo era otra cosa. En el calvinismo clásico, todas las posesiones adquiridas más allá de una forma razonable de subsistencia tenían que entregarse a los pobres y ya avanzado el siglo XX las iglesias en Holanda tenían una colecta para la iglesia y una para los pobres. Esto iba originalmente en contra de la actitud sin remordimientos de los hugonotes (remarcada en este último grupo por su estatus de perseguido) acerca de la creencia de esos “herejes franceses” en la importancia crítica del acumulación de capital.

Por el contrario, parece que la religión no fue un factor en el auge de la gran riqueza de la República Holandesa. Uno de los análisis más interesantes sobre esto viene de la pluma de Amintore Fanfani en su gran Catolicismo, protestantismo y capitalismo (1935), que argumentaba que las causas del rápido crecimiento de Holanda tenían que ver concretamente con el cambio de las rutas comerciales del Mediterráneo al Mar del Norte en el siglo XVII. El capitalismo la República Holandesa, como explica Fanfani, se ve mejor en el ejemplo del comercio con los países bálticos, que permitió la creación del poder naval y comercial holandés durante el siglo XVII (“una clara indicación del crecimiento del Mar Báltico cuando no había prácticamente judíos activos en el comercio en Holanda y no había protestantes en absoluto “, escribía Albert Hyma en su artículo “Calvinism and Capitalism in the Netherlands 1555-1700”, en The Journal of Modern History, Septiembre de 1938).

De hecho, durante los días de la mayor prosperidad de la República Holandesa, en su conjunto, las provincias en las que el calvinismo era más fuerte eran las que menos compartían del proceso de crecimiento capitalista. “El calvinismo en Holanda retrasó el desarrollo del capitalismo”, escribía Hyma. “No es posible hacer al calvinismo responsable del rápido crecimiento del capitalismo en Holanda”. Este argumento, a su vez, subraya el hecho de la extraordinaria trayectoria a través de la cual pasó la visión holandesa de “la acumulación de capital” entre los siglos XVI y XVII. Lo que empezó como una indicación religiosa de caridad, acabaría permitiendo la secularización de la acumulación de riqueza y esto por decreto de la propia iglesia.

A la vista de esto, el auge de la prosperidad holandesa en un momento de observación cultural severa del calvinismo es verdaderamente notable; de hecho es asombroso que se haya producido algún desarrollo económico. Por ejemplo, en el sínodo provincial de Holanda del Sur, convocado en Dordrecht en 1574, la pregunta era así debía permitirse a un banquero tomar parte en fiestas y celebraciones religiosas. La respuesta fue bastante negativa: “No”, fue el veredicto del tribunal eclesiástico, “porque se le ha permitido por los magistrados operar su banco solo debido a la dureza y la maldad de los corazones de los hombres y no debido a la voluntad de Dios. Cientos de personas se escandalizarían por la admisión de una persona así al servicio de comunión”. Aun así, lo que significaba la palabra “banquero” en el idioma holandés durante el siglo XVI era un poco, podríamos decir, matizado. En el periodo entre 1500 y 1650, a las personas que prestaban dinero sobre valores con altos tipos de interés se les llamaba generalmente “lombardos”, en parte porque muchos de ellos emigraron de Italia a Holanda para hacer allí negocios y en parte porque el negocio bancario tenía su origen en Italia. En un tratado religioso publicado en Gante en el año 1545, ya aparecía el nombre “lombardos” y al lector se le advertía contra esas personas por ser “usureros”. En el calvinismo prevalente del momento, que reaccionaba ante el auge de esta influencia extranjera, prevalecía una actitud pasada de moda de que “nadie debería adquirir más posesiones mundanas de las que sean absolutamente necesarias”.

A pesar de todo, el auge de las empresas financieras y bancos en Holanda era imparable y su más importante explicación de ello, señala Hyma en su ensayo, fue en la “Res Judicanda” de Leiden publicado en 1658, que veía el relajamiento gradual de las restricciones religiosas contra la generación de beneficios. En varias ciudades en las provincias de Holanda y Utrecht, los llamados “bancos de préstamo” fueron instituidos tanto por los propios magistrados como por banqueros licenciados por los gobiernos municipales para controlar las operaciones de los “lombardos” que cobraban un tipo de interés del 32,5%. Como se decía en la Res Judicanda, “Aunque debe admitirse que en estos bancos no todo es tan equitativo como en las Montañas de Caridad [un sistema de préstamo instituido por el Vaticano para ayudar a los pobres] y aunque los beneficios no se usan en ayudar a los pobres con limosnas, aun así los cargos de interés se han reducido a la mitad y pretenden ayudar a pagar el coste del gobierno. Además, como es tarea de todos los hombres continuar trabajando con sus manos para mejorar su condición financiera y así crear un exceso para el mantenimiento de los necesitados, concluyo que los magistrados, al aumentar los fondos públicos se pueden ocupar de que en los tiempos de depresión se pueda ayudar a los pobres mediante préstamos y limosnas”.

Como escribe Hyma, “la Res Judicanda indica que, en el año 1658, la actitud oficial del clero entre los calvinistas ortodoxos en Holanda se había visto afectada por fin por el espíritu de los nuevos tiempos, los nuevos tiempos del capitalismo moderno”. Señala que los japoneses dieron encantados la bienvenida a los mercaderes holandeses durante la segunda mitad del siglo XVII “porque los holandeses, que eran menos religiosos que los portugueses, solo venían hacer dinero y no a hacer cristianos”. La falta de limitaciones fue asimismo importante en la dominación holandesa inicial de América. “Al contrario que en Nueva Inglaterra, las personas en buena medida responsables de la explotación de los recursos de Nueva Holanda [partes de las modernas Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania y Delaware] eran mercaderes en su país de origen. Basándose en sus casas matrices de Ámsterdam, los mercaderes tomaron el control de la vida en la colonia y aceleraron. Los beneficios de sus empresas fluían a las arcas de Ámsterdam, privando así a Nueva Holanda de capital y de la oportunidad de desarrollar una comunidad mercantil viable basada en colonias”, escribe el investigador Oliver A. Rink en Holland on the Hudson (1986). Hyma añade: “Donde estaban los grandes centros de la industria y el comercio, el calvinismo perdía su prístina pureza”.

Y así, cerrando el círculo de la sentencia del sínodo de Dordrecht de 1574 de que los banqueros eran malvados, los estados de Holanda declaraban en 1658 “que a partir de ahora ninguna iglesia tenga el derecho a privar a ningún banquero de la participación en el servicio de comunión por ser un banquero” mientras mantuviera los tipos de interés bajos y ayudara las comunidades a sostener a los pobres. A su debido tiempo, otras provincias le siguieron y se introdujo el primer régimen bancario en Holanda del Norte, donde está ubicada Ámsterdam.

Aquí es donde estaban situadas las oficinas principales de las grandes empresas comerciales y aquí es donde el capitalismo hizo por primera vez que se aquietara la fuerza de la religión. Esencialmente, esto era lo contrario del proceso de Max Weber. Para ser justos, Calvino no ayudó a alimentar “el espíritu” del capitalismo moderno, sino que la enorme riqueza adquirida por el pueblo holandés durante el siglo XVII se debió solo a la empresa. (Y, después de todo, Martín Lutero era el equivalente filosófico de Calvino y aun así Alemania sufrió un terrible acceso de enorme pobreza durante ese mismo periodo). “Dios cura y el doctor consigue el dinero”, dice un viejo y taimado refrán de la orgullosa República Holandesa, que tan magistralmente transformó el fervor de la predestinación en una fe en el destino personal y en los medios singularmente capitalistas de llegar a él.

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