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Marxismo: De la conciencia de clase a la “interseccionalidad” de género

De acuerdo con muchas señales e indicadores objetivos, el mundo se está convirtiendo un lugar mucho más confortable materialmente. A lo largo de los últimos treinta años, decenas de millones de personas han salido de la pobreza en diversas partes de Asia, África y Latinoamérica. Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías han estado transformando las comunicaciones y las comodidades de la vida cotidiana. Aun así, las tendencias políticas actuales en Estados Unidos y otros lugares del mundo parecen sugerir una historia muy diferente.

Donde existe un cierto grado de libertad de mercado en cualquier lugar del planeta hay éxitos asombrosos en creación de riqueza, oportunidades y decisiones personales. Pero entre muchos intelectuales e ideólogos paternalistas cada una de esas mejoras en la condición humana viene acompañada por condenas e intentos de ahogar la libertad personal y económica.

Tendencias estatistas en todo el mundo, incluido Estados Unidos

Por ejemplo, los líderes del gobierno chino y el Partido Comunista de China están alabando orgullosamente su propia rama de autoritarismo como modelo político para el mundo, basada en acallar el desacuerdo y la disidencia, combinado con la guía del gobierno y la planificación del desarrollo económico de una “grandeza nacional” restaurada. La Unión Europea continúa fracturándose, con revueltas de movimientos nacionalistas y populistas en muchos de los países miembros, opuestos a las burocracias planificadas centralizadas y las élites políticas ubicadas en Bruselas, pero que desean implantar muchos de esos mismos tipos de políticas públicas, sólo que a niveles locales de control y orden nacional.

En Estados Unidos, las divisiones políticas parecen hacerse todavía más profundas entre la “izquierda” progresista y los conservadores seguidores de Trump, con cada bando tratando de transformar el país a su imagen respectiva mediante el uso del estado. Los progresistas quieren usar al gobierno para imponer una camisa de fuerza de palabras, acciones y actitudes “políticamente correctas”. Los conservadores seguidores de Trump están decididos a construir muros contra las personas y bienes que puedan entrar en el país, mientras siguen su propia versión de Estados Unidos continuando como policía del mundo. Entretanto, el gobierno de EEUU continúa su camino empeorando su irresponsabilidad fiscal al “comprometerse” entre sí tanto demócratas como republicanos en el Congreso a aumentar el gasto tanto interior como militar con un déficit que invita al declive.

Yo diría que todas estas tendencias son ejemplos del hecho de que mientras nos aproximamos al final de la segunda década del siglo XXI el mundo está de nuevo en la cresta de una ola de antiindividualismo y anticapitalismo. De hecho, es únicamente una continuación de la misma tendencia contrarrevolucionaria que ha estado actuando durante bastante más de un siglo para invertir los logros del liberalismo clásico del siglo XIX. Es el mismo vino colectivista antiguo puesto en nuevas botellas políticas y culturales. (ver mi artículo “Before Modern Collectivism: The Rise and Fall of Classical Liberalism”).

La contrarrevolución colectivista contra la libertad

El liberalismo clásico y el ideal de una sociedad de mercado libre, abierta y competitiva ya estaba bajo ataque por parte de las fuerzas conservadoras, socialistas y nacionalistas en las décadas intermedias y últimas del siglo XIX. Aunque expresados de manera diferente, todos estos movimientos contrarrevolucionarios destacaban el grupo frente al individuo, el sumergimiento interior y la sumisión de lo personal a lo colectivo, ya se llamara a este colectivo el orden jerárquico de la sociedad aristocrática o los “trabajadores del mundo” unidos para imponer la planificación socialista a la humanidad o una llamada y apelación ancestral a las líneas tribales de la sangre y el idioma nacional.

Los más repugnantes, violentos y brutales de estos colectivismos en competencia (el comunismo soviético, el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán) habían desaparecido al final del siglo XX (aunque algunos de los retoños soviéticos siguen gobernando parte del mundo, en lugares como China, Corea del norte, Vietnam, Cuba y Venezuela). Pero el género colectivista, del cual el comunismo, el fascismo y el nazismo fueron simplemente especies, persiste y amenaza una vez más con prevalecer.

Libertad, tiranía y estado intervencionista de posguerra

La pelea global tras la Segunda Guerra Mundial entre Estados Unidos y La Unión Soviética mostró ciertas características que definían una sociedad libre y una totalitaria. Se vio en comparaciones como la de Berlín Occidental y Berlín Oriental, especialmente después de la construcción del Muro de Berlín en 1961. (Ver mi artículo “The Berlin Wall and the Spirit of Freedom”).

En Berlín occidental se produjo una intensa recuperación material y cultural basada en el mercado, con libertades civiles amplias y respetadas, después de la destrucción experimentada por el pueblo alemán debido a su apoyo activo o pasivo y obediencia al régimen nazi y la catastrófica guerra que Hitler llevó a toda Europa. En el otro lado del muro, en Berlín Oriental, había un sistema anodino, gris y dictatorial, con su omnipresente policía secreta, que fue impuesto a los alemanes orientales por Stalin y aquellos que le seguían en Moscú, con muchos de los escombros y ruinas de la guerra todavía rodeando a los berlineses orientales en el bello estado socialista alemán oriental. ¿Quién podía negar un contraste entre estos dos mundos separados por un muro construido para mantener dentro pueblo cautivo del comunismo y fuera las ideas y esperanzas de la libertad?

Pero en Occidente las economías orientadas al mercado durante esas décadas de Guerra Fría posteriores a 1945 no eran realmente mercados libres, como los entendía la tradición liberal clásica. Eran economías encerradas en sí mismas y obstaculizadas por diversos grados y formas de intervención regulatoria pública y estatismo social redistributivo. El estado intervencionista y del bienestar puede haber sido más extenso e intrusivo en varias naciones de Europa Occidental comparado con Estados Unidos, pero todas eran sociedades gestionadas, manipuladas y parcialmente planeadas dentro de regímenes políticos democráticos.

 La “sorpresa” de la izquierda por los crímenes y el desplome del socialismo soviético

Sin embargo, la caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética en 1991 fueron “sorpresas” para las emociones y la ideología de muchos en la izquierda política occidental. Durante la mayoría de las siete décadas que siguieron a la Revolución Bolchevique en Rusia en 1917, los socialistas, progresistas y “liberales” de los Estados Unidos modernos anhelaron el éxito del gran experimento del “socialismo en la práctica” con la esperanza de que un gobierno planificara un “mundo mejor”. En las décadas intermedias del siglo XX, muchos de ellos eran apologistas y portavoces de la Rusia de Lenin y Stalin. Los informes y testigos del terror, la tiranía y los asesinatos masivos a manos del régimen soviético eran a menudo negados o ridiculizados como ataques antisocialistas o historias falsas de opositores disgustados por “la nueva Rusia”.

Después de las revelaciones de los “delitos de Stalin” tras su muerte en 1953, la brutal supresión del levantamiento antisoviético en Hungría en 1956 y la invasión de Checoslovaquia en 1968 para aplastar reformas socialistas “moderadas”, muchos en la izquierda en Occidente vieron totalmente hechos pedazos sus esperanzas y sueños sobre el modelo soviético. En su lugar, dado el fracaso complementario de la planificación central socialista en traer prosperidad o libertad a los países en las órbitas soviética y socialista, los socialdemócratas en Europa y los progresistas en Estados Unidos renunciaron a su franco ideal de acabar con el capitalismo y remplazarlo con la economía planificada. Su postura a la defensiva en la década de 1970 estaba a favor de un sistema fuertemente regulo y más redistributivo para garantizar la “justicia social”.

Con el fin del sistema comunista en la Unión Soviética y Europa Oriental y el cambio a reformas orientadas al mercado en lugares como China, parecía que solo quedaba en pie el “capitalismo”, encarnado en el dominio político, económico y militar de Estados Unidos sobre el mundo. La izquierda progresista política y cultural retrocedió todavía más que antes a las salas de los claustros de la educación superior. Pudieron enfurruñarse y lamer sus heridas ideológicas, mientras continuaban sentados en sus torres intelectuales de marfil salmodiando conjuros de que el capitalismo era malvado, el comunismo era justo y los “oprimidos” y “explotados” seguían necesitando una liberación. Y podían compartir su pertinaz “fe” en un mundo mejor colectivista a los grupos de alumnos que pasaban por sus clases universitarias, con esas mentes jóvenes e inocentes esperando a rehacerse con una “conciencia despierta” con respecto a la justicia social.

El viejo vino marxista en las nuevas botellas colectivistas de la raza y el género

Pero el siglo XXI ya no tenía las “duras condiciones” de la Revolución Industrial de principios del siglo XIX, ni los “malos tiempos” de la Gran Depresión en la década de 1930. Estados Unidos y Europa Occidental, especialmente, eran en buena medida sociedades de “clase media” con niveles de vida incluso para los más pobres que eran inimaginables para los reyes y príncipes de tiempos pasados. Una paga buena o al menos razonable para la mayoría, vidas cotidianas confortables con nueva tecnología generadora de diversiones facilitando constantemente la rutina cotidiana para grandes grupos de población y generalmente áreas amplias de libertad personal y libertades civiles para casi todos.

¿Quiénes eran entonces los oprimidos, los explotados y los “marginados”, las “masas sufrientes” anhelando ser liberadas de la injusticia del capitalismo? Aquí entra la nueva variación sobre el viejo tema marxista. Durante la mayoría de los últimos 200 años, socialistas y comunistas insistieron en que el gran conflicto humano se centraba en las “clases sociales”. ¿Pero cómo se vende una “lucha de clases” cuando la mayoría en la sociedad se ven a sí mismos y son financieramente “clase media” y cuando aquellos que están en los niveles más bajos de las categorías de renta no quieren nada más que convertirse ellos mismos en clase media, tal vez incluso ricos, alguien del “1%”?

Así que se deshicieron de la tradicional lucha socialista de clases y en su lugar se ofreció la nueva guerra de razas y sexos. Los marxistas antiguos solían insistir en que el fracaso del proletariado en entender completamente su explotación por los jefes capitalistas se debía a haber sido adoctrinados con una “falsa conciencia” de que eran “libres” bajo el capitalismo, cuando siempre fueron “esclavos de los salarios”, no habiéndose siquiera enterado de que eran víctimas del sistema social injusto de la propiedad privada de los medios de producción.

Una nueva “falsa conciencia” basada en la raza y el género

La falsa conciencia consistía en creer que el racismo en la sociedad occidental, si no estaba erradicado (después de todo, siempre habrá alguna gente estúpida con ideas absurdas), al menos se había reducido drásticamente, comparado con el pasado, con actitudes y acciones por parte de la mayoría mucha más compatibles con el ideal estadounidense de juzgar y tratar a los demás como individuos. Por el contrario, se afirmaba que el racismo está en realidad omnipresente en la sociedad, manteniendo a la gente de color en lo más bajo en beneficio de los “privilegiados” solo por su “blancura”.

Lo mismo era aplicable al género y la orientación sexual. Más mujeres trabajando y en un creciente número de puestos de autoridad y responsabilidad, con salarios reflejando ese estatus ocultaban la realidad de actitudes sexistas y misóginas que estaban “en realidad” manteniendo a las mujeres en un segundo plano y dejándolas abiertas a todas las formas de abuso físico y psicológico. Sutilezas legales sobre matrimonios y relaciones del mismo sexo crearon la mentira de que la homofobia no estaba realmente acechando en cada rincón de la sociedad.

Antropólogos y psicólogos os contarán que el poder de la magia es hacer que alguien crea que algo es verdad cuando no es objetivamente así. Es convencer a alguien de que un curandero pinchando una aguja en un muñeco de vudú similar a él le causará dolor y que esa persona puede, bajo el poder de la sugestión, creer que está sintiendo dolor.  Como solían decir los hippies en la década de 1960: “Todo está en tu cabeza, tío”.

Haced que la gente crea que cualquier disgusto experimentado, cada fracaso personal, cada desaire por parte de otra persona (intencionado o no) es una demostración de la omnipresente e inevitable existencia y práctica del racismo, la discriminación de género o la intolerancia sobre la orientación sexual y algunas personas acabarán viéndose a sí mismas como la víctimas inevitables de la opresión blanca, masculina y heterosexual, en toda partes y todos los días.

Personas incluidas en la interseccionalidad de raza y género

Además, la nueva variación del tema colectivista insiste en que la identidad y sentido de uno mismo de cada uno está ligado a su género, raza y sexualidad registrados. Estos te definen, determinan quién eres y establecen el sentido y contexto de tu vida. ¿Pero qué pasa con la persona que niega esto, que se opone a esto, que rechaza esto y que piensa de sí mismo o misma sencillamente como una persona que piensa y actúa o que aprecia que puede haber, por el azar del nacimiento y las circunstancias, una raza particular, o género o persona con una cierta orientación sexual, pero considera esto de importancia secundaria con respecto a su propia identidad y propósitos de vida?

Por tanto, es de su forma de “falsa conciencia” de lo que hay que reeducarlas y liberarlas. Son un enemigo que se odia a sí mismo y a la que “realmente es”, que han sufrido un lavado de cerebro y han sido manipuladas para servir los intereses de los blancos, varones y heterosexuales opresores de la humanidad.

Además, está la “interseccionalidad”. Parece que hay muchas formas complejas de discriminación y opresión de género y raza. Puedes estar oprimida por ser una mujer.  O discriminado por ser negro. O puedes estar oprimida y discriminada por ser negra y mujer. O puedes estar “marginado” por oros porque tienes una minusvalía física. Así que puede que estés oprimida, discriminada y marginada porque eres negra, mujer y minusválida. O puede ser homosexual y ser humillado y la gente se ríe de ti. Así que puedes ser negra, mujer, minusválida y homosexual y, por tanto, una víctima de todos estos abusos y “agresiones”.

Cada una de estas “intersecciones” tiene su propia categoría de significado, experiencia, opresión, discriminación, abuso y marginación. Y otros, incluso “hermanas negras” objeto de abuso puede que no conozcan del todo “los problemas que has sufrido” porque eres mujer, negra y también minusválida y/o gay. Y, por supuesto, una mujer blanca solo puede en realidad entender una fracción de lo que está sufriendo esta persona porque, aunque sea una mujer, es blanca y por tanto tiene cierto grado de “privilegio” debido a no ser una “persona de color”.

¡No se pueden seguir todas las permutaciones de abuso, opresión y discriminación sin una tabla de puntuaciones detallada y compleja de interseccionalidad! Tampoco puedes conocer las formas y tipos de “privilegio blanco” si no tienes una tabla similar de puntuaciones de oportunidades y beneficios injustos de los que no tenías idea de que, como “persona blanca” puedes haber estado disfrutando sin darte cuenta ni quererlo.

Consigues cinco puntos por ser negra, mujer y homosexual, pero solo tres porque, aunque seas homosexual y minusválida, eres una mujer blanca.  Como hombre blanco heterosexual con solo una tartamudez consigues un punto por el impedimento en el habla, pero menos nueve por ser en el resto totalmente un blanco privilegiado. La mente se nubla con todos los cálculos y posibilidades de la interseccionalidad.

El enfoque en grupos y “derechos” colectivos en el contexto de estas discusiones sobre “interseccionalidad” aleja de la vista, la atención y el peso importante en el análisis a otro “grupo”: el individuo. Ignora o rebaja cómo se ve y clasifica la persona individual, cómo juzga y evalúa la naturaleza y significado de las acciones de otros y de sus acciones hacia ellos. Y qué considera importante, significativo y relevante en el entorno social en el que decide y actúa.

El discurso censor para dictar la identidad

Igual que los viejos marxistas solían llamar a los trabajadores de todo el mundo a unirse contra sus grilletes capitalistas independientemente de su etnia, idioma u origen nacional concretos, también los nuevos colectivistas de la raza y el género insisten en que todas las víctimas de todas las formas de permutaciones de “privilegio” blanco masculino deben estar unidas como una fuerza de resistencia y liberación. Y una ofensa contra un grupo oprimido o marginado es una ofensa contra todos, aunque los miembros de uno de esos grupos oprimidos y marginados nunca pueda realmente conocer y entender al otro. Por eso hace falta ser “sin prejuicios” y “sensible” ante los “sentimientos” y experiencias de todos los demás subgrupos en la categoría más amplia y genérica de la “opresión”, ya que cada grupo define estas cosas para sí mismo.

Los estados comunistas insistían en que necesitaban bloquear e impedir que todas las ideas occidentales no aprobadas entraran en el paraíso socialista, de forma que la propaganda capitalista no menoscabara las mentes educadas y reeducadas del pueblo soviético acerca de las glorias y la superioridad de la vida socialista. La nueva versión es la declaración de los colectivistas de raza y género de que todas las ideas “de odio” u “ofensivas” o “de tipo fascista” pueden ser censuradas y reprimidas para que no se oigan en diversos “espacios públicos”. Y, si es necesario, cualquier persona que trate de pronunciar palabras e ideas prohibidas puede ser atacada físicamente y expulsada. Bienvenidos a la última versión del matonismo ideológico. (Ver mis artículos “Campus Collectivism and the Counter-Revolution Against Liberty” y “Tyrants of the Mind and the New Collectivism”).

Confundiendo el significado de las palabras para fines colectivistas

Además, los progresistas y los colectivistas de raza y género han tenido mucho éxito en la manipulación del significado y uso de las palabras y en hacer que conceptos que son diferentes parezcan sinónimos. Así, la palabra “discriminación” se ha transformado en un sinónimo de “opresión”.

“Discriminación” significa “distinguir entre” y preferir, valorar o actuar de forma distinta hacia un grupo y grupo de cosas concretos comparados con otros. Así, por ejemplo, yo “discrimino” en contra de todos los escritores de novelas románticas, porque elijo no comprar nunca sus libros y, por tanto, limitar la renta que podrían haber obtenido en caso de que adquiriera sus obras. “Discrimino” en contra los nazis y comunistas porque rechazo incluirlos intencionadamente en mi círculo de amigos y por tanto les “restrinjo” los beneficios que podrían haber querido obtener de mi compañía. (Ver mi artículo “Discrimination in Indiana: Private or Political?”).

La “opresión”, por otro lado, normalmente conlleva el uso o amenaza de alguna forma de violencia o prohibición legal a la que se enfrenta un individuo o grupo de individuos clasificados con ciertas características. La esclavitud era opresión. Las leyes de segregación eran opresión. Las leyes que castigaban el comportamiento homosexual eran (y son) opresión. Acabar con la opresión implica prohibir acciones privadas de fuerza o amenaza de esta hacia otros y la abolición de leyes y otras restricciones jurídicas que impidan a las personas con algún tipo o tipos de características de grupo se ocupen pacíficamente de sus propios asuntos con o sin asociación voluntaria con otros.

Acabar con la opresión requiere educación y acción legal (es decir, abolición de leyes restrictivas o prohibitivas). Acabar con la discriminación requiere educación y razón y persuasión acerca de que los criterios usados por las personas en sus decisiones y acciones son incorrectos o equivocados. Las leyes contra la discriminación solo pueden coacciones a gente de una manera distinta, prohibiendo o insistiendo en que actúen de ciertas maneras hacia otros, lo que reduce y limita necesariamente sus propias decisiones y acciones pacíficas. Obligarme a interactuar con quien preferiría no hacerlo no es menos opresivo que impedirme que interactúa pacíficamente con alguien con el que me gustaría hacerlo para obtener un beneficio personal y mutuo. (Ver mi artículo “The Case for Liberty, Through Thick and Thin”).

Restaurando las raíces individualistas es Estados Unidos

¿Cómo llegamos hasta aquí? Porque hemos realizado un largo viaje desde quienes fundaron las ideas estadounidenses de los derechos individuales y la libertad. Desde una sociedad que acepta que los individuos pueden pensar y actuar de muchas maneras distintas, incluyendo cómo se ve a sí misma una persona y cómo se relaciona y asocia con otros para distintos fines que dan valor y significado a su vida. Pero persiste el individuo que es el bloque constructivo consciente, pensante y activo a partir del cual aparece y adopta patrones y formas lo que llamamos “sociedad”.

Debemos volver nuestros pasos atrás y volver a nuestras raíces del individualismo filosófico, sociológico y político. Tenemos que recobrar nuestra comprensión y aprecio de quién y por qué es importante el individuo y de que cualquier identificación asociativa que haga una persona debería surgir de sus propias reflexiones y juicios con respecto al significado y propósito de su vida. No deberían imponérselas ideólogos colectivistas que quieren colocarlo en categorías y clasificaciones que no hace él mismo y a las que quieren confinarle y condenarle y, en realidad, a través de las cuales les oprimen. De otro modo, nos encaminamos a otro episodio peligroso y dañino en la historia de la humanidad.

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