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No confiéis en el gobierno de EEUU en la defensa con misiles

A veces es posible leer o ver algo que cambia completamente la manera en que ves las cosas. Tuve esa experiencia la semana pasada cuando leí un artículo en Lobelog titulado “Un ruego a favor del sentido común en la defensa con misiles”, escrito por Joe Cirincione, un antiguo miembro del Comité de Servicios Armados de la Cámara que ahora dirige el Ploughshares Fund, que es una fundación global con base en Washington que trata de detener el despliegue de armas nucleares, químicas y biológicas.

El artículo desmiente muchas de las explicaciones ofrecidas por la Casa Blanca y el Pentágono con respecto a la defensa de misiles. Es verdad que es perfectamente razonable desconfiar de cualquier cosa que provenga del gobierno federal y justifique la guerra, dado su historial, que se remonta a la Guerra de 1812. Y la postura beligerante de los Estados Unidos hacia Irán y Corea del Norte bien puede condenarse basándose en sus propios méritos, amenazando con guerra donde, o bien no hay en juego intereses reales, o bien se ha descartado una solución diplomática por diversas razones.

Pero la razón real por la que la Casa Blanca se pone gallita es histórica, ya que los Estados Unidos continentales no han experimentado las consecuencias de una guerra desde que los invadió Pancho Villa en 1916. Esta es una realidad que administración tras administración han aprovechado para hacer lo que han querido al tratar con naciones extranjeras: lo que pase “allí” quedará “allí”.

Consecuentemente, los estadounidenses no conocen la guerra, salvo como algo que ocurre en otro lugar y a extranjeros, solo obligando a que EEUU intervenga a veces y arregle las cosas, o las estropee, dependiendo del punto personal de vista. Por eso halcones como John McCain, al recibir un premio a la “libertad” de Joe Biden, puede dedicarse, con toda la cara, a denunciar aquellos estadounidenses que se han cansado de jugar a ser el policía del mundo. Los describe como una amenaza para “el mundo que hemos organizado y liderado durante tres cuartos de siglo, [abandonando] los ideales que hemos desplegado por todo el planeta, [rechazando] las obligaciones de liderazgo internacional y nuestra tarea de seguir siendo ‘la última gran esperanza de la tierra’ para desgracia de cierto nacionalismo tibio y espurio”.

El relato completamente fatuo de McCain se ajusta a un piloto de la marina que solía estrellar sus aviones y casi hunde su propio portaaviones. También hizo programas de propaganda en la radio para los norvietnamitas después de que fue capturado. La narrativa del excepcionalismo globalista estadounidense de McCain también, por desgracia, se refleja en los medios. La constante ingesta de mentiras y medias verdades es la razón por la que la gente apoya reclamaciones eternas de un mayor gasto en defensa, aceptando que el mundo exterior es un lugar peligroso que debe ser mantenido a raya mediante force majeure. Sí, somos los buenos.

Pero por debajo de la voluntad de la ciudadanía de aceptar que el establishment militar deba rodear el planeta con bases exteriores para mantener “a salvo” el mundo está la suposición de que los 48 estados son invulnerables, aislados por grandes océanos y naciones amistosas en el norte y del sur. Y protegidos de amenazas muy lejanas por tecnología, sistemas interceptores desarrollados y mantenidos con un enorme gasto para interceptar y derribar misiles balísticos lanzados por los enemigos en ultramar.

En un discurso reciente, en relación con la amenaza norcoreana, el presidente Donald Trump alardeaba de que las defensas antimisiles de EEUU eran eficaces al 97%, lo que significa que pueden interceptar y destruir proyectiles 97 veces de cada 100. Trump estaba tratando de asegurar a la gente que pasara lo que pasara en Corea, no podría tener un resultado indeseable aquí, en los Estados Unidos continentales, ni, aparentemente, en Hawai, Alaska y posesiones de ultramar como Guam, todas las cuales están protegidas bajo el paraguas de la defensa antimisiles. Trump se estaba refiriendo indudablemente, aunque ignorara muchos detalles, a las instalaciones de la Ground Based Midcourse Defense (GMD) en Alaska y Hawai, que son parte del actual sistema de defensa de misiles por valor de 330.000 millones de dólares.

Es indudablemente tranquilizador saber que EEUU no puede ser atacado físicamente ni con armas nucleares ni convencionales, sin que importe lo que haga nuestro gobierno en el extranjero, ¿pero es verdad? ¿Qué pasa si las contramedidas están algo más cerca de ser eficaces en un 0%? ¿Cambiaría eso el pensamiento acerca de ir a la guerra en Corea? ¿O de enfrentarse a Rusia en Europa Oriental? Y para quienes piensan que un intercambio nuclear es impensable sería sensato considerar los comentarios recientes de Jack Keane, del apropiadamente llamado Instituto para el Estudio de la Guerra, un importante exgeneral neoconservador al que supuestamente se oye en la Casa Blanca, y que reflejan su pensamiento sobre este asunto. Keane no es reticente a emplear la acción militar contra Pyongyang y describe un posible lanzamiento de un ataque de EEUU para eliminar sus instalaciones nucleares o acabar con “objetivos de liderazgo” ante la creación de un misil balístico en Corea del norte con una cabeza nuclear colocada en lo alto “dirigida a Estados Unidos”. Algunos observadores creen que Corea del Norte está cerca de tener la capacidad de reducir el tamaño de sus armas nucleares para hacer eso posible y, si creemos a Keane, eso se consideraría un “acto de guerra” que ocasionaría un ataque inmediato de Washington. Y un contraataque de Pyongyang.

La declaración de fiabilidad del 97% de las defensas antimisiles de EEUU es contestada por Cirincione y otros, que argumentan que EEUU solo puede “derribar algunos (…) misiles algunas veces”. Dan una serie de argumentos que son bastante convincentes, incluso para un hombre corriente que no entiende la física que implica. Voy a tratar de ser sencillo. Para empezar, un interceptor antimisiles debe impactar en su objetivo de frente o casi de frente y debe, o bien impactar directamente en el objetivo, o bien explotar su propia cabeza a una distancia lo suficientemente cercana como para ser eficaz. Ambos objetivos son difíciles de lograr. Un misil balístico intercontinental viaja a 5.000 metros por segundo. En comparación, una bala disparada desde un rifle se mueve a aproximadamente una quinta parte de esa velocidad. Imaginemos dos hombres con rifles distanciados una milla y disparando sus armas en un intento de hacer que las balas choquen de frente. Multipliquemos la velocidad por cinco si nos estamos refiriendo a misiles, no a balas. Incluso usando los mejores radares y sensores, así como las tecnologías de guiado más avanzadas, las variables implicadas hacen mucho más probable que haya un fallo que un impacto. Cirincione observa que “la única manera de impactar en una bala es que la bala coopere”.

Segundo, en las pruebas llevadas a cabo por el Pentágono para determinar la fiabilidad son esencialmente fraudulentas. Contrariamente al comentario de Donald Trump, la precisión del 97% es una extrapolación basada en el disparo de cuatro misiles antimisiles a un objetivo para ocultar el hecho de que en las pruebas preparadas para un solo interceptor este ha demostrado estar más cerca de ser solo preciso en un 56%, y eso bajo condiciones ideales. Esta estadística se basa en pruebas reales llevadas a cabo desde 1999 en las que los interceptores fueron capaces de derribar 10 de 18 objetivos. La conclusión de que cuatro generarían un 97% deriva de la suposición de que múltiples interceptores aumentan la precisión, pero la mayoría de los ingenieros argumentaría que, si un misil no puede impactar en el objetivo por varios defectos técnicos, es igualmente probable que los cuatro fallen por la misma razón.

Las mismas pruebas están cuidadosamente preparadas para garantizar el éxito. Tienen lugar a la luz del día, preferiblemente al amanecer para garantizar la máxima visibilidad, bajo buenas condiciones de tiempo y sin ningún intento por parte del misil al que se aproximan de confundir al interceptor a través del uso de contramedidas electrónicas o a través de lanzamiento de dispositivos de confusión, que indudablemente utilizarían. Los objetivos en las pruebas se han calentado a veces para hacerlos más fáciles de encontrar y algunos han llevado emisores para hacerlos casi imposibles de fallar. Por tanto, el sistema interceptor de misiles nunca ha sido probado bajo condiciones realistas de batalla.

Incluso las agencias de control del gobierno federal han concluido que el sistema de intercepción de misiles solo funciona veces. La GAO concluyó que los defectos en la tecnología, que describe como “modos fallidos”, significan que EEUU tiene una “flota interceptora que puede que no funcione como se pretende, llevando al congresista californiano John Garamendi a observar que ‘Creo que la respuesta está absolutamente clara. No funcionará. Sin embargo, el impulso del miedo (…) de las inversiones (…) el impulso del sector, lo llevan en volandas’”.

La Oficina de Prueba y Evaluación Operativa del Departamento de Defensa también se ha mostrado escéptica, informando de que el GMD en Alaska y Hawai tiene solo “una capacidad limitada para defender la nación estadounidense frente a números pequeños de amenazas de misiles balísticos sencillos de rango intermedio o intercontinentales lanzados desde Corea del Norte (…) la fiabilidad y disponibilidad de los [interceptores] operativos es baja”.

El peligroso un exceso de confianza demostrado por la Casa Blanca acerca de la capacidad de interceptar un ataque de misiles norcoreanos podría en realidad ser en parte un farol, pensado para convencer a Pyongyang de que si inicia una guerra de disparos será destruida, mientras que Estados Unidos permanecerá incólume. Pero, por alguna razón, con un presidente que no resulta muy sutil, yo dudo de que sea así. Y los norcoreanos, capaces de construir un arma nuclear y un misil balístico intercontinental, indudablemente entienden los fallos en la defensa de misiles también como cualquiera.

Pero el peligro real es que es el pueblo estadounidense el que está siendo engañado por la administración. Se puede pensar en una guerra, incluso en una guerra nuclear, si uno no se ve afectado por ella, una perogrullada que ha permitido la “guerra global contra el terrorismo” durante dieciséis años y contando. Si ese es el mensaje que envía la Casa Blanca, animará a más aventurerismo imprudente por parte del estado de seguridad nacional. Mucho mejor sería tomarse en serio la amenaza norcoreana y admitir que una ciudad de la costa oeste como Seattle podría realmente ser el objetivo de un ataque con éxito con armas nucleares. Eso demostraría que la guerra tiene consecuencias en la vida real y esa poco familiar dosis de sinceridad tal vez generaría una demanda pública para negociar en serio con Pyongyang en lugar de arrojar amenazas en discursos en la ONU o en Capitol Hill.

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