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Si la mayoría vota a favor de la secesión, ¿qué pasa con la minoría?

En años recientes, grupos de izquierdas han sido a menudo los promotores de los movimientos secesionistas. Ha sido así en Escocia, en Cataluña y en California.

En cada uno de los casos, los movimientos de secesión se han iniciado en parte para avanzar en objetivos de izquierdas, como la creación de un mayor estado de bienestar o escapar de las limitaciones impuestas por grupos políticos de interés e instituciones consideradas demasiado derechistas.

Dentro del contexto estadounidense, las llamadas más sonoras a la secesión ahora mismo vienen de California, donde los izquierdistas ansían conseguir su independencia de la administración Trump en Washington.

Hablando en general, estos secesionistas de California quieren atención sanitaria universal, un estado del bienestar todavía más grande, confiscación de armas de fuego y una burocracia de “protección” medioambiental cada vez mayor. Es decir, quieren un estado del bienestar al estilo europeo.

California como caso de estudio

Este caso presenta a los estadounidenses (especialmente a los estadounidenses con mentalidad libertaria) una pregunta que continúan apareciendo en años recientes en temas de secesión: ¿deberían apoyar un movimiento izquierdista de secesión?

¿Es correcto o moral apoyar un movimiento secesión que, a corto y medio plazo, está casi garantizado que adoptará políticas que irán en contra de la causa de la libertad y los mercados libres?

La respuesta debe compararse ante todo frente a la realidad de obligar a una unión política a una región separatista. Es decir, el coste de permitir a una región independizarse debe compararse con el coste de mantenerla, es decir, invasión militar, ocupación, arrestos en masa, supervisión del gobierno, ley marcial y cosas peores.

No es sorprendente que nos veamos obligados a concluir que la respuesta es la misma estemos hablando de secesión en Escocia, en California O en Cataluña: la respuesta es sí.

¿Qué pasa con los intereses de la minoría?

A menudo, la respuesta inmediata a esta postura de señalar aquellos grupos de la minería que se ven atrapados en los territorios independizados.

El argumento es algo así: “Ahora que has hecho que se pierda California, ¿qué pasa con esos pobres conservadores, poseedores de armas y dueños de negocios que se verán afectados negativamente por un gobierno de California con más poderes? Antes California estaba al menos limitada por ser parte de Estados Unidos. Ahora el gobierno de California es todavía más libre para infligir miseria sobre los desamparados contribuyentes y la gente productiva que se ve atrapada allí”.

Para esta crítica, hay al menos dos respuestas.

Uno: La independencia de California significa más libertad para el resto del país

Quienes quieren centrarse únicamente en lo que pasa a quienes están en California adoptan una visión provinciana y excesivamente limitada. Sí, es verdad que los dueños de negocios, cristianos religiosos y poseedores de armas en California (por nombrar sólo a tres grupos) se verían negativamente afectados por la independencia de California. El gobierno en California ha mostrado desde hace mucho tiempo una abierta hostilidad hacia estos grupos minoritarios.

Sin embargo, la otra cara de la moneda es que la secesión de California llevaría a una importante expansión de la libertad para el resto de Estados Unidos. Libres de la influencia de California en la política estadounidense, el resto de Estados Unidos probablemente se movería de manera importante hacía más libertad en los mercados. Probablemente las regulaciones federales disminuirían y los candidatos presidenciales ya no tendrían que atender los grupos de interés con grandes cantidades de miembros en California.

La delegación de 53 miembros de California en el Congreso (39 de ellos demócratas) desaparecería y los patrones de voto en el congreso probablemente también en una dirección más amigable hacia la libertad y los mercados libres.

En otras palabras, la nación se liberaría de un gran peso atado a su cuello. Me atrevería a decir que la situación es equivalente a la eliminación de un apéndice infectado. No sería la primera vez que haya ocurrido algo así. En 1861, cuando los estados del sur empezaron a independizarse de la Unión, el neoyorquino George Templeton Strong daba la bienvenida a la perspectiva de liberarse de influencia política de los esclavistas del sur. Concluía: “los miembros autoamputados estaban enfermos sin una posible cura inmediata y su virus ya no infectará nuestro sistema”.

Pero, al contrario que Strong, que podría haber tenido problemas de conciencia al pensar en los esclavos que se dejaban atrás en los territorios independizados, no nos enfrentamos a escrúpulos similares. Evidentemente, comparar la moderna California con un antiguo estado esclavista es risiblemente inapropiado y, al contrario que los esclavos, la gente de California es libre para mudarse. Tampoco es obligación moral de los habitantes de Texas, Florida o Colorado proteger a los californianos de los excesos de su propio gobierno.

Así que cuando pensamos en una California sometida a los caprichos de un gobierno de extrema izquierda después de la secesión, debemos también pensar en los 285 millones de estadounidenses restantes que se beneficiarían de su independencia.

Advirtamos que esta situación incluso tiene ventajas para los contribuyentes y dueños de negocios en California que quieran escapar del régimen californiano.

Ahora que el resto de Estados Unidos ha mejorado con la ausencia de California, quienes en California busquen un entorno legal más amistoso con los negocios pueden cambiar radicalmente su fortuna a mejor mudándose, cruzando la nueva frontera nacional hacia Arizona o Nevada. Para estos emigrantes, la ganancia neta alcanzada por abandonar California se ha hecho mayor gracias a dicho abandono de California.

Dos: Más estados es preferible a menos estados

La segunda respuesta la objeción se basa en el hecho de que la secesión ya trae consigo una solución al problema. Es decir, los problemas causados por una secesión se resuelven con más secesión.

Como he explicado aquí, aquí y aquí, un número mayor de estados es preferible a un número menor. Un número mayor de estados pequeños proporciona más alternativas en la práctica a contribuyentes y ciudadanos para elegir un lugar para vivir bajo un gobierno que ese ajuste mejor a sus valores personales.

Así que, al considerar los problemas de una California independiente, descubrimos que el problema principal al que se enfrentan los contribuyentes y los residentes productivos de California es que el estado es sencillamente demasiado grande y contiene una población demasiado diversa dentro de sus fronteras.

Como han señalado numerosos comentaristas a lo largo de los años (incluyendo los defensores de la iniciativa de las seis californias), la población de California es bastante diversa política y culturalmente, aunque ha estado dominado durante décadas por una coalición de extrema izquierda de votantes ubicada en torno al Área de la Bahía. Comparados con estos votantes, los residentes del sur de California parecen abiertamente centristas, pero esto no se sabría si se mirara la política de todo el estado, porque la California del norte es adepta a dar órdenes.

La solución a este problema reside en romper California en piezas cada vez más pequeñas. Podemos ver muchas de estas líneas políticas maduras para la descentralización de los patrones de voto revelados por votaciones estatales como las de la proposición 187 y la proposición 8. Podemos verlas en el mapa de los distritos legislativos. Esto no es solo un asunto de áreas metropolitanas frente áreas rurales. Muchas áreas suburbanas dentro de las áreas metropolitanas de California son bastante de centroderecha y sin duda se beneficiarían de una mayor descentralización política.

Los grandes núcleos urbanos tendrían que ser territorios con su propio autogobierno, con áreas suburbanas y rurales independientes y autogobernadas a su manera.

El resultado neto de todo esto sería ofrecer una multitud de alternativas a contribuyentes, empresarios, propietarios de armas y tradicionalistas morales sobre dónde podrían vivir y disfrutar de los beneficios de la autodeterminación dentro de sus propias comunidades.

Pero antes de que pueda producirse algo de esto, debemos establecer y extender primero la legitimidad moral y legal de la autodeterminación a través de la secesión y la descentralización. Aferrarse al status quo de las fronteras regionales y nacionales existentes es algo extremadamente reaccionario. Insistir en que no tendría que permitirse a ninguna comunidad el autogobierno salvo que sus líderes sean libertarios radicales no es práctico, ni responsable y está condenado al fracaso.

Sin embargo, cuando se enfrentan a nuevos intentos de descentralización y secesión, incluso algunos de quienes afirman estar a favor de la libertad y la autodeterminación se aferran a ideas de imponer un control nacionalista sobre otros. Inventan lemas ficticios dirigidos a las emociones afirmando que “somos una nación” o que “la secesión es traición” u otros pensados para justificar el uso del poder del estado para imponer la unidad política. En último término, es una ideología de monopolio y coacción y obstaculiza los mismos ideales de libertad que los nacionalistas afirman defender.

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