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¿Debemos adoptar el pensamiento político romano no-estatal?

El autor tradicionalista Álvaro d’Ors destacó en su obra que el pensamiento político de Roma era esencialmente no-estatal, ya que tenía un carácter personalista. Por el contrario, el pensamiento político griego tenía un enfoque territorial, dando lugar a la idea de Estado. Los intelectuales que crearon y legitimaron la idea de Estado en la modernidad se inspiraron en el pensamiento político griego. Para abolir el Estado, hay que investigar lo que decían griegos y romanos. Este fue el trabajo realizado por d’Ors, y es importante recuperarlo.

El Estado y el pensamiento político griego

El Estado-nación, tal como lo entendemos actualmente, se basa en una concepción territorial. Murray Rothbard lo define como «aquella organización de la sociedad que intenta mantener el monopolio del uso de la fuerza y la violencia en un área territorial determinada.» Es evidente que en el concepto viciado del contrato social, según el cual una persona se vuelve libre cuando se somete a la voluntad general, Jean-Jacques Rousseau, al igual que Nicolás Maquiavelo, presuponía la naturaleza territorial del Estado.

Como señala Álvaro d’Ors, esta idea territorial deriva directamente del concepto de polis (πόλις) griega. El pensamiento político griego, tal como lo describe Aristóteles, presupone al hombre como animal político (πολιτικός), lo que significa verdaderamente urbano. Es dentro de la ciudad (polis), definida territorialmente, donde el hombre alcanza su pleno potencial. Los ciudadanos (πολίτης) presuponen una polis (πόλις), que está vinculada a la palabra πολύς, cuya traducción latina se ha perdido pero que en el dialecto toscano significaba touta, justificando la totalidad de la ciudad que implica la concepción territorial helenística.

En Grecia, el concepto de policía también se entendía de forma monopolística, ya que tiene su origen en el término griego politeia (πολιτεία), que en las obras de Platón se traducía como «república» y hacía referencia a todo lo relacionado con la organización de la polis. Álvaro d’Ors nos recuerda que la posterior invasión de Alejandro Magno y el nuevo paradigma de la basileia helenística (βασιλεύς) no alteraron la concepción territorialista griega.

Feudalismo y pensamiento político romano

Por el contrario, durante el feudalismo en Europa Occidental no había Estado, ya que su organización jerárquica mediante acuerdos de vasallaje no permitía la existencia de un juez supremo que hiciera cumplir las leyes. Los reyes, los señores feudales y los obispos podían ser destituidos, y los acuerdos de vasallaje podían ser disueltos. Diversas comunidades, consejos, asambleas o asociaciones se estructuraban jerárquicamente con patronos, señores, señores mayores y señores feudales. Se observa un concepto político personalista, debido a la influencia romana imitada por los pueblos germánicos.

Álvaro d’Ors explica que la política romana se caracteriza por una idea personalista fundada en el nomen Romanun (ciudadanos romanos). Elucida que lo que da unidad a la civitas, compuesta por ciudadanos (cives), es el nomen en torno al mundo con sus tria nomina. El territorio (territorium) no procede de una concepción urbana, sino de lo que se daba a los colonos, por lo que las traducciones germánicas posteriores de civis indican una conexión familiar. Continúa explicando que tras la unión de patricios y plebeyos se crea el populus Romanus, teniendo populus un carácter personal y estando relacionado con pubes, que significa ciudadano púber, formando el adjetivo publicus. Surge así la res publica como asamblea de ciudadanos romanos con capacidad viril.

En su obra, d’Ors continúa explicando que el imperio (imperium) implica también una concepción soberana personal, al no ser un poder confinado a una ciudad, sino una serie de relaciones de poder que se extienden más allá de los límites del territorio urbano. Las propias provincias (provincia) no son más que una atribución de competencias personales. Además, las fronteras no existían como tales; limes se refiere más bien a una trinchera, siendo un frente que avanzaba y retrocedía. Al mismo tiempo, la propia civitas supone libertas, y viceversa, en contraste con el dominio (dominus), que estaba vinculado a la realeza (rex). Un regnum se consideraba menos civilizado.

Concluye que las provincias germánicas se separaron en torno a diferentes regnum y, tras la caída de Roma, la terminología importó menos debido a la influencia del cristianismo, ya que la civitas terrena se opone al reino de los cielos (regnum caelorum). En el Imperio bizantino dominó la idea territorialista griega, pero en Occidente, durante la Edad Media, esta idea personalista de la política no se perdió y se implantó en el feudalismo.

Conclusión

La idea del orden político personalista por sí sola no construirá una sociedad más libre (o directamente anárquica). Sin embargo, al igual que la doctrina de la ley natural se extendió al Estado, ejemplos de territorios que acabaron siendo anárquicos (como Coto Mixto) o el estudio de los problemas del intervencionismo por parte de economistas austriacos pueden ayudar a construir una narrativa a favor de una mayor libertad.

Como ha subrayado el profesor Miguel Anxo Bastos, «se necesitan historiadores; quien controla la historia controla la narrativa. . . . Todo está por escribir». Hans-Hermann Hoppe recuerda en su estudio en busca de una narrativa libertaria: «¿Por qué este tratamiento particularmente desfavorable de la Edad Media? Porque, como muchos historiadores, antiguos y contemporáneos, han notado también, por supuesto, la Edad Media representa un ejemplo histórico a gran escala y duradero de una sociedad sin Estado y, como tal, representa lo opuesto al actual orden social estatista.»

Para concluir, como presenta el tradicionalista Álvaro d’Ors en su obra, la organización política griega en torno a la polis (πόλις) es lo que ha ayudado a los historiadores a dar forma a las ideas del Estado. Por lo tanto, los historiadores deben reintroducir el concepto de civitas romana, y los intelectuales deben construir una narrativa en torno a él para tener un orden político más libre en el futuro: una sociedad sin Estado.

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